Bueno, escribí esto el otro día y me gusta como ha quedado, asi que quisiera compartirlo con vosotros.

Es una especie de carta a un pasado remoto.

DICEN

Dicen que no te atreves a decirle nada, que otra vez la viste marcharse con ese gilipollas que cada dos por tres la manda a su rincón a llorar.

Dicen que cada día emborronas papeles buscando palabras para ella, que te quiebras los sesos componiendo un burdo poema que le haga sonreir, y que sólo te atreves a deslizarselo en el interior de su mochila cuando cierras los ojos e imaginas.

Dicen que te gusta sentarte en la

última fila de la clase, no porque seas un gamberro

-aunque a veces sueltes gracias y saques de quicio a los profesores- sino porque desde allí, desde esa atalaya construida por ti, con tu lanza y tu escudo, ves mejor su melena morena y rizada.

Y cuando ella se gira y te pilla mirándola, te pones rojo y retiras la mirada al instante, por miedo a que se dé cuenta de que existes.

Y sin embargo, en todos los recreos te situas en tu otra torre vigía y la ves jugar con sus amigas, o irse al cuarto de baño para salir apestando a humo

-el cigarrillo inocente que te fumas para creer que eres más mayor- o cuando llega el gilipollas y desde la verja del colegio, sentado en su moto, le guiña un ojo y ella va corriendo para darle un beso discreto, con mucho mimo, que

él desprecia porque

"quiere algo más"; piensas que ese tipo es un cretino, y cuando se marcha y ella se queda triste, con los ojos al borde de las lágrimas, se te enciende el cuerpo de ira, aprietas con fuerza en libro que llevas entre las manos y te dan ganas de buscar a ese chulo en un rincón oscuro y darle su merecido.

A ver quien iba a llorar entonces.

Dicen que cuando llegas a casa con el

ánimo turbado porque has suspendido un examen o tu padre te ha echado una bronca de

órdago porque no ayudas a tu madre, tu mayor consuelo es subir corriendo a tu habitación, cerrar con llave y sacar esa foto de carnet que guardas con celo en tu cofre de los tesoros.

Esa foto que se le cayó del monedero y que tu rescataste, y que ahora miras con dulzura, pasando un dedo por su pelo, como si se lo estuvieras acariciando de verdad.

Ese es uno de tus tesoros más valiosos, y lo custodias con férreo entusiasmo.

Dicen que lees mucho y que los libros se te amontonan en el cuarto, que buscas entre sus páginas las aventuras que te niega la cordura y que en ellos si que eres tú el valiente que va en moto robando besos tímidos.

Dicen que tus padres incluso a veces se preocupan, porque hablas poco y apenas sales de tu cuarto.

Pero qué sabran ellos.

Dicen que tu peor error ha sido enamorarte.

Y para colmo de una persona para la que ni siquiera existes.

Pero quien sabe chaval, igual un día giran las tornas, y ya no dirán de ti sino que serás tú el que hable, y se levante en el recreo, se sacuda el polvo del pantalón, cierre el libro y se vaya directo a esa morena de ojos verdes.

Entonces cuando estés ahí plantado, igual, un pasmo de valor te agarra la garganta y le empiezas a soltar a esa prenda todo lo que sientes; desde las miradas furtivas que no puedes evitar en clase hasta las ganas de matar a aquel capullo de la moto que te entran a veces; le dirás que un día la escuchaste llorar en los lavabos porque pensaba que era fea y que enclavijaste los dientes y frunciste el ceño hasta hacerte daño porque te cabreaba escuchar eso, que eras fea, cuando eres el tesoro que todo pirata querría tener en su botín, y no sólo por lo reluciente del oro, sino por el contenido, el valor interior.

Entonces quien sabe, igual le echas tantas pelotas que ella se lo cree, y ese día sales cogido del brazo de ella.

Triunfal y victorioso y cuando veas a ese tipo de la moto detrás de la verja, le miraras con ojos desafiantes porque el miedo ha desaparecido.

Para siempre.

Dicen todo esto, chico, y puede que sigan diciendo más, pero eres tú, al fin y al cabo, el que tiene en su mano la pistola cargada.

Sólo a ti te concierne dispararla o seguir callado.
