Hola a todos.

Un amigo que supongo anda por aquí me ide os ponga este suceso que me aconteció y que le conté en otro foro y contexto:

Nadie imaginó que tal energía pudiera caber en semejante envergadura.

De hecho Simón levantaba del suelo apenas metro sesenta y era de esos que, cuando ibas a su habitación en desesperada búsqueda de apuntes, que

él siempre tenía, te abría la puerta en bata, taza de té en mano y de fondo Puccini.

Sí, definitivamente Simón era el auténtico

“hombre tranquilo”.

Por eso constituyó para todos una satisfacción cuando supimos que nos acompañaría al viaje a Roma, viaje cultural por supuesto, que le venía como anillo al dedo al bueno de Simón.

Ahí donde hubiera cultura ahí estaba

él y ahí donde fuere necesaria la cordura ahí estaría

él para controlarnos a los demás… no en vano algún catedrático exclamó:

“Menos mal que va Simón,
¡panda de bestias!”.

Que la urbs tiene

“embrujo” es algo de sobra conocido los

últimos dos mil quinientos años pero lo que nadie sospecha es que la historia que rezuman sus piedras, calles y edificios se apodera de voluntades y despierta los monstruos que residen en nuestro interior.

Pronto nos dimos cuenta de ello y a las primeras de cambio, ya anocheciendo, nuestra decisión fue partir en busca de alguna
tabernae
pues no imaginábamos manera más adecuada de
empaparnos
del espíritu de Roma y así regresar ahítos de su cultura.

Y conste que la culpa no la tuvo el vino, no, lo que pasa es que allí lo embotellan en recipientes enormes y, claro, nuestra hidalguía no consintió que romano alguno nos reprochara el desprecio.

Simón comenzó con

“La Canción del Pirata”,

(ya sabéis,
Con diez cañones por banda…
) y nos dijimos:
mira tú el Simón que gracia y que chisposo está!.

Todo iba bien y el barco pirata iba navegando, que si

“olas de plata y azul”,
que si

“allá a su frente Estambul”, 
etc… y hasta se puede afirmar que a los nativos la cosa les hacía cierta gracia.

Pero he aquí que Simón a cada estrofa subía el volumen y hacia la mitad del poema ya lo estaba recitando a voz en grito mientras caminaba entre las mesas y dejaba tres o cuatro versos en cada una de ellas… cosa que empezó a molestar a algún que otro romano toda vez que no gusta eso de que de digan muy fuerte y muy cerca eso de:

“Que es mi barco mi tesoro, que es mi Dios la libertad”
… y además con olor.

¡Había que sacar al bueno de Simón de allí!, o eso o una pequeña legión romana nos iba a correr a gorrazos en nuestra primera noche en la capital del Imperio.

Nos levantamos, fuimos redireccionando a Simón hacia la salida

(él ya estaba con

“El Cantar de Mio Cid”) y mentiría si no dijera que algún aplauso creí escuchar mientras abandonábamos la Casa de Baco… nunca sabré si por el arte o por la marcha.

Ahora sólo era cuestión de que a nuestro trovador se le pasara el

“embrujo” y para ello teníamos disponible toda la Piazza del Popolo con sus asientos, su fuente… su todo.

Y a ella nos dirigíamos cuando Simón dijo algo que me heló la sangre:

“!Estos romanos pagarán su afrenta!.
.
.
¡Voto a Bríos que recuperaré estas tierras para la Corona de Castilla!”
, cosa que si la dice de broma y tal pues hasta te ríes… pero es que Simón lo dijo en serio.

Todo ello unido a que al llegar a la fuente de la Plaza uno del grupo, haciendo cómo no el tonto, se cayó dentro de la misma pintando un cuadro en el que el resto le seguimos sin pensar, y ya desde dentro de la fuente pudimos ver al caballero andante gritar:

“!POR CASTILLA Y ARAGON!,
¡POR MI REINA!,
¡DESDE ESTE MOMENTO TOMO POSESION DE ESTA TIERRA A MAYOR GLORIA DEL REINO DE ESPAÑA!.
.
.
¡VIVA ESPAÑAAAAAA!”
… y salió corriendo como un poseso hacia no se sabe dónde.

En tanto, un par de imprudentes adolescentes en ciclomotor se habían parado junto a la fuente a contemplar a aquéllos insensatos chapotear y, claro, uno de ellos acabó en la fuente… y no por voluntad propia.

Ni que decir tiene que ya era de noche, era tarde y poco a poco se fue arremolinando gente alrededor de semejante espectáculo.

Así las cosas tenemos a Simón corriendo y los demás no tardamos en salir de la fuente cuando emprendí su persecución ya que no sabía de qué era capaz.

Alcancé a Simón cuando se abalanzaba sobre un grupo de tranquilos paseantes al grito de

“!MUERTEEEEEE!!!!!!”
y aquí fue cuando descubrí la energía que puede desplegar un cuerpo debidamente sazonado pues yo, con mi metro ochenta y mucho y en buena forma como estaba, era incapaz de dominar al insignificante Simón.

“!Soltadme Caballero!.
.
.
¡o probaréis mi acero!”

(no me lo podía creer).

Ni que decir tiene que no era mi intención batallar pero la cosa se puso fea cuando Simón me encajó un doble crochet estilo Hollyfield que hirió sobremanera mi rostro y orgullo.

De modo que armado con la fuerza de la ira momentánea agarré al pobre Simón y lo lancé contra la cercana pared para luego, no sin tremendo esfuerzo, sentarme sobre

él en el suelo.

Todavía consiguió, mientras gritaba

“!TRAIDOR!.
.
.
¡TRAIDOR!.
.
.
HABÉIS FALLADO A VUESTRA REINA Y ME ENCARGARÉ DE VOS!!!!!.
.
.
”
, colocar un par de ganchos antes de que consiguiera poner mis rodillas sobre sus brazos momento en el que usó la

única arma que le quedaba en forma de enorme lapo sobre mi rostro.

Aquello fue demasiado.

Reconozco que en ese momento perdí los estribos y le devolví los golpes corregidos y aumentados.

Y en eso estaba, aplicando el tratamiento a mi reducido oponente, cuando me tocan en el hombro con insistencia.

Al primer toque moví el hombro impaciente como al que le molesta que le interrumpan pero al notar que la mano insistía terca, me di la vuelta para contemplar a un enorme Carabinieri, con bigote y todo, que con movimientos rítmicos de sus dedos me instaba a levantarme.

Me quedé helado y por supuesto obedecí pero he aquí que al liberar al Caballero de la garra que lo aprisionaba

éste salto como un resorte hacia el Carabinieri de nuevo al grito de

“!MUERTEEEEEE!!!!!!”
… Lo que siguió fue toda una lección

(vamos que ni el señor Miyagi), ese agente dominó a Simón con sólo tres dedos de una mano en una suerte de movimientos que sólo había visto hacer antes al señor Spock y en un abrir y cerrar de ojos tenemos a Simón de rodillas en el suelo, esposado, sin poder moverse y el Carabinieri aplicándole una serena presión, entre el cuello y los hombros con una sola mano, mientras se preguntaba si reducirme a mí con la otra.

Por suerte el Nazareno quiso que se diera cuenta más o menos de que en esa situación yo no era peligroso y no me cayó la que me podía haber caído.

Volviendo al

“campamento base” comprobé que el campo de batalla en la fuente era realmente desolador: mis compañeros de expedición chorreando agua y alineados cual reos ante el pelotón y un par de coches de policía con las puertas abiertas, luces girando y sus efectivos desplegados tratando de averiguar qué narices había pasado ahí.

Sólo necesité de una mirada del oficial para comprender lo que me decía sin palabras:

“Bien, ahora te vas a ir ahí donde están tus colegas y te vas a quedar quieto parao en la fila mientras discutimos si os damos una paliza u os deportamos.
”
Y ahí estaba yo, al frente del grupo, cuando llegó una ambulancia de la que bajaron dos enfermeros, enormes también

(esa noche todo era enorme), poniéndose guantes de látex con movimientos certeros y mecánicos.

A mi lado David exclamó:

“la cagamos!”
.

Simón fue introducido, como no por la fuerza, en la ambulancia y en ese momento Manolo perdió los nervios y se puso a chillar de desesperación pues, como confesaría al día siguiente, creía que se llevaban al bueno de Simón a Tiro a encadenarlo a un remo por el resto de su vida.

Así, el resto pasamos a acaparar la atención de los agentes del orden.

“!Que todo el mundo saque su documentación ahora mismo!”
… y por no tener allí nadie tenía ni vergüenza.

No había papeles y con lo

único que contábamos era con mi DNI que de pura suerte no quedó en el fondo de la fontana.

Para entonces el tumulto de gente ya era considerable y flashes de cámaras de adivinaban aquí y allá.

Momento surrealista si cabe: un camión de bomberos cruza la Plaza, sirenas a todo tren, y Manolo dice:

“no me lo puedo creer, no puede ser…
¡también bomberos!”
… pero el camión pasó de largo, eso sí, con todos sus ocupantes asomados para ver la que se había montao en medio de la Plaza.

Era el momento de dar explicaciones y el oficial sólo accedió a hablar con el que estaba documentado, esto es, menda.

Que si es que somos estudiantes, que si es que a nuestro compañero le ha debido sentar mal la cena, que no que mire que ya está, que nos lo llevamos al hotel y tal… me explicó que estaban examinando a Simón porque era tal su estado que no sabían si había drogas por medio y que, en su caso, nos fuéramos preparando que habría remos para todos.

Por supuesto no había drogas y eso nos salvó.

Al rato desataron a Simón y lo sacaron de la ambulancia para introducirlo, todavía esposado, en un coche de policía hasta que se calmara

“al menos lo suficiente para que nos lo lleváramos”.

Ya con Simón dentro del coche y mis datos debidamente anotados pedimos que si le podían quitar las esposas, que parecía que ya estaba mejor a lo que el oficial accedió y ordenó a una Carabinieri que fuera a quitárselas.

La agente lo hizo y se quedó de pie junto al coche.

A Simón, al gran Simón, viéndose ya libre de las cadenas que le impedían actuar de acuerdo a su dignidad de caballero, no se le ocurre otra cosa que colocar una mano en cada nalga de la agente.

David repite:

“la cagamos!”
.

Pero hete aquí que aquél gesto gallardo del caballero sin par hizo gracia entre los carabinieris y mientras ella trataba de zafarse de tamaño cortejo le decían:

“!Mira!.
.
.
¡ya te ha salido novio!.
.
.jajaja”.

El oficial luchó por no sonreír y nos dijo:

“!Vale!.
.
.
¡lleváoslo!, y como la volváis a hacer se acabará la broma”
.

Algo le debieron administrar a nuestro caballero andante pues se iba calmando por momentos aunque todavía le quedaban fuerzas para tocar los timbres de los edificios, intentar gritar y cosas así… y claro, como ya estábamos más que quemados, me viene una representación del grupo y me dice:

“Oye, que hemos pensao una cosa… mira… nosotros lo sujetamos, tú le metes una leche y lo dejas inconsciente y así ya nos lo llevamos y yastá”
.

Por supuesto no accedí y gracias a Dios que así fue pues al día siguiente, cuando Simón amaneció y el resto de gente del viaje lo vio aparecer medio hinchao multitud de rostros se giraron en actitud desaprovadora hacia mí… pero claro, ellos no habían estado la noche anterior.

“!Joer como te has pasao!”…
“!Al pobre Simón!”…
“!Con lo bueno que es!”
… aquella noche de vuelta al hotel Simón cantó

ópera, habló gritando en idiomas desconocidos y repartió juramentos de venganza en cada calle

(que fueron muchas porque por supuesto nos perdimos varias veces entre tanto monumento, tanta plaza y tanto arte que distraía nuestro sentido de la orientación).

Sí, el embrujo se apoderó de nosotros y se hizo cierto eso de que cuando te bañas en una fuente de Roma lo tienes que hacer en las demás.

Corría el año de gracia de 1993, España estaba de moda y el mundo nos conocía como esa nación diversa que somos, capaces de la más exquisita exactitud suiza y de la extravagancia más cómica posible.

Y si no ahí estaban, un año antes, la flecha que encendió en pebetero en Barcelona y al

“Curro” debatiéndose en Sevilla por permanecer en pie en aquella

“Santa María” zozobrante.
