Jugador de rol acorralado
Jorge Rodríguez

- Carta a

'La Nueva España'

- 22/11/2010

Me llamo Jorge y soy jugador de rol.

Lo digo con todas las letras y sin ningún miedo, pues al fin y al cabo me han enseñado que no es bueno avergonzarse de uno mismo.

Vaya por delante que nunca he creado disturbios en un cementerio, ni he rendido culto a ningún Dios pagano, ni salgo a la calle navaja en mano dispuesto a acuchillar al primer inocente que se me cruce, pero, sobre todo, y lo recalco: no he matado a nadie.

Aunque me hagan pagar por ello.

Estoy, perdónenme la expresión, hasta los cojones de comentarios despectivos tan amplios y coloridos como la suma de todos los abanicos de nuestro país.

Me han llamado loco, psicópata y satanista, pero la gota que colmó el vaso tuvo lugar el lunes pasado, cuando añadí un adjetivo más a mi colección: asesino.

Con todas sus letras.

Les pongo en situación.

10.30 horas de la mañana en un autobús que me conduce a la ciudad en que se encuentra mi Universidad

[León]

.

Como habitualmente suelo hacer, busco algo en mi mochila para leer y, casualidades de la vida, escojo

'El juego de rol del capitán Alatriste'.

En ese preciso momento el hombre sentado a mi lado empieza a ponerse nervioso y en voz muy alta comienza con una retahíla de lindezas tales como:

«¡Satánico, apártate de mi lado, asesino!».

Ahí comenzó la debacle.

El conductor paró el autobús, el hombre y sus seguidores

–varios viajantes, monja incluida– se movieron de su lugar hacia otro más seguro y comenzaron las miradas acusatorias hacia mi persona.

Hasta ahí sería algo que vería poco lógico aunque perfectamente normal, uno sabe cómo funciona la sociedad en estos días, pero lo que ya fue el colmo de la gilipollez fue la escena que me encontré al llegar a la estación de destino.

Un par de nacionales esperaban a que recogiera mi maleta para pasar el cacheo oportuno y las preguntas de rigor hasta que entendieron lo dantesco e irreal de la situación.

No culpo a los agentes, estaban haciendo muy bien su trabajo, ni al pobre conductor, que intentaba lograr un entendimiento con los viajeros, ni tan siquiera al hombre que comenzó y propició todo desde el inicio.

Sin duda la culpa la tenemos todos.

Ustedes y yo.

Porque se estila demasiado en estos días hablar de algo de lo que no tenemos ni puñetera idea.

De tener prejuicios por tonterías y de empaquetar a la gente en sacos por el color de su piel, su sexo, su condición social, su forma de vestir o por lo que le gusta hacer en su tiempo libre.

Sólo pido

–desde el punto de vista más humilde– que la próxima vez que a su lado en el autobús, metro o en la calle se encuentre alguien diferente de usted por cualquier motivo le trate y le mire con el respeto que se merece: el de una persona normal.

El medievo hace seis siglos que se acabó, así que, por favor, enfunden sus espadas, que la cabeza sirve para algo más que para dar pelo.

--

[Chavalote, pásate por el Rincón un día, que tienes una caña pagada]

--

Pablo

Álvarez Perez

- 24/11/2010

Hay veces en las que la vida te pone en situaciones donde uno se piensa si reír o llorar.

En el caso de la situación descrita en esta misma sección por Jorge Rodríguez me inclino por la opción de reír, ya que llorar solo refuerza una actitud un tanto despreciable de algunas personas intolerantes.

Al igual que Jorge, al que lamentablemente no conozco en persona, me gusta jugar a rol; puedo decir sin atisbo de duda que de mis muchas aficiones es la que más me gusta practicar con mis amigos o con compañeros de trabajo o Facultad.

Es sano, no daña a nadie, cultiva la mente, incita a la lectura y desahoga el

«estrés», que es cosa fina.

Así a lo tonto llevo jugando a rol desde los 14 años, y dado que tengo veintinueve eso hace como quince años de afición.

Quince años da para ver mucho y sufrir situaciones vergonzosas como la que Jorge describe en su carta.

Pero hasta ayer me gustaba pensar que la sociedad de hoy había evolucionado lo bastante como para pasar página.

En quince años los juegos de rol han pasado de jugarse en la clandestinidad de tu habitación a poder ocupar centros sociales, jugar en cafeterías, al aire libre o incluso poder vivir convivencias de jugadores a escala nacional, donde poder compartir experiencias con jugadores de todo tipo de raza, profesión y credo de todos los puntos de España y varios del extranjero.

Creo que la conclusión de Jorge en su carta era una llamada a la tolerancia, y desde mi piel me gustaría secundar esta llamada.

Para que estas y otras actuaciones lamentables de otros intolerantes sean definitivamente cosa del pasado.

--

A Jorge Rodríguez, ovetense de 22 años, el rol sólo le ha traído experiencias positivas en la vida.

Conocer gente, leer mucho y pasar ratos divertidos.

Excepto en una ocasión.

Estudia Veterinaria en León, y en el autobús de camino a esta ciudad su compañero de asiento le gritó:

«¡Satánico, apártate de mi lado, asesino!».

Lo que motivó esta reacción fue el manual del juego de rol de

'El capitán Alatriste', basado en la novela de Pérez-Reverte, que portaba Jorge.

Al llegar a la estación de destino le estaba esperando la Policía Nacional.

«En seguida entendieron lo absurdo de la situación y que el problema lo tenía la otra persona, no yo», asegura.

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El rol, sólo unos dados
30/11/2010

«A eso en mi pueblo se le llama gymkhana».

Jorge Martínez Etchegoyen, ovetense de 27 años y jugador de rol desde los 12, está harto de explicar a la gente que rol no es igual a un grupo de frikis

«haciendo el paria por la calle» para cumplir una serie de retos.

Existe mucha leyenda negra

-cada vez menos- sobre este tipo de juego, cuyo ingrediente principal es la imaginación.

Los que lo practican echan la culpa de su mala fama a todo lo que llovió tras el

«caso Rosado», el asesinato de un hombre en Madrid en 1994 que se relacionó con los juegos de rol.

Uno de los condenados, Javier Rosado, se había inventado un juego de rol llamado

'Razas'.

La sentencia aclaró después que el crimen tenía más que ver con que su autor era un psicópata que con el rol.

Con el tiempo, el Ministerio de Cultura publicó un informe a favor de los juegos de rol diciendo que fomentan la lectura y la socialización del individuo, y los ayuntamientos comenzaron a incluir esta actividad en sus programas de ocio alternativo juvenil.

En Asturias existen en la actualidad seis asociaciones de jugadores de rol, todas subvencionadas, y que organizan actividades esporádicas.

Para hablar de juegos de rol con propiedad hay que partir de una clasificación inicial, explican los expertos jugadores.

Así, existen dos tipos de juegos de rol: de mesa y en vivo.

El rol de mesa es el más habitual y la diferencia fundamental con un juego de mesa convencional es que el rol exige continuidad.

«La partida más larga que jugué duró cuatro años», cuenta Pablo

Álvarez Pérez, ovetense de 29 años.

«Para jugar basta con un grupo de cuatro o cinco personas, un lápiz, un papel, unos dados y el

"master", la persona que piensa la historia», explica Jorge Rodríguez

Álvarez, ovetense y estudiante de Veterinaria de 22 años.

«El juego más conocido es

'Dragones y mazmorras', ambientado en una edad medieval y fantástica.

Creas un personaje que va consiguiendo logros que le dan puntos de experiencia.

Los dados son los que dan aleatoriedad al juego», señala.

«La primera vez que jugué escogí un elfo ecologista y es el personaje que me ha acompañado siempre», relata.

Los jugadores de rol coinciden en señalar que más emocionantes son los juegos de rol en vivo.

Y todos puntualizan que al rol en vivo se juega en un recinto cerrado y que requiere de una serie de permisos.

«Yo me lo pasé genial en una partida de gángsteres.

Me vestí de Al Capone y me metí totalmente en el papel.

Es como un teatro donde interpretas a un personaje», señala Martínez Etchegoyen.

Este ovetense regenta una tienda en la capital asturiana donde se juega al rol.

Es todo un experto en la materia e incluso llegó a crear un juego de rol sobre los Pitufos, del que no está especialmente orgulloso.

Cada jueves por la noche se reúne con sus amigos para jugar la partida.

«Unos le dan al tute, y nosotros al rol», asume.

¿Son unos frikis?

«A mí no me importa que me llamen friki.

Un forofo del fútbol también es un friki, porque friki es una persona a la que le gusta mucho algo», analiza Jorge Martínez.

Frikis o no, los

«roleros» tienen claro que si alguien les teme es por ignorancia.
