Mujer y varón, también desiguales en el empleo de la palabra

Un lingüista advierte que la mujer es víctima de una discriminación sutil en el uso del lenguaje.

-Ellas hablan menos que ellos y aceptan las interrupciones con mayor docilidad

La lucha feminista en el

ámbito del lenguaje se ha centrado tradicionalmente en explorar el diccionario para cazar definiciones impregnadas de machismo, en criticar los sustantivos genéricos en masculino, en identificar y denunciar los términos que excluyen a la mujer.

Pero el filólogo Javier Martín Arista, investigador principal del Grupo de Investigaciones de Gramáticas Funcionales de la Universidad de La Rioja

(UR), advierte que, por atender estas cuestiones, se ha descuidado la desigualdad que existe entre los hombres y mujeres españoles en cuanto al empleo de la lengua.

Asegura:

"En un grupo mixto, ellos hablan más tiempo que ellas, tendencia que aumenta cuando la conversación discurre sobre temas de poder

(como la política, las leyes y la economía), y no aceptan con facilidad que las mujeres los interrumpan".

El sexismo en el habla ha sido el enfoque principal de las Jornadas de Lenguaje y Género, actividad con la que la semana pasada debutó el Centro de Investigación de Lenguas Aplicadas de la UR.

El Día Internacional de la Mujer, celebrado el 8 de marzo, funcionó como excusa para analizar un tema que, según los organizadores de las jornadas, se ha convertido en un tópico social.

Es decir, la reflexión acerca de cómo la mujer sucumbe a fuerzas históricas y gramaticales que la convierten en un personaje secundario y hasta invisible en la comunicación oral y escrita.

La mujer arrinconada en el subconsciente que el periodista y estudioso de la lengua

Álex Grijelmo defendió en

'La seducción de las palabras'

(Punto de Lectura, 2000).

La creencia en que no existe una igualdad lingüística real en las conversaciones donde participan representantes de los dos sexos ha sido el punto de partida de las Jornadas sobre Lenguaje y Género.

"Los estudios científicos han llegado a esa conclusión a partir de cronometrar el tiempo que emplean para hablar unos y otros.

El varón, además, distribuye los turnos de uso de la palabra, tiende a interrumpir más a la mujer y a tolerar menos que una mujer le interrumpa a

él", describe Martín.

El cuadro, que el académico califica de

"discriminación sutil", refleja un código de comportamiento social mucho más inconsciente y difícil de detectar que la circunstancia objetiva de que hasta 1995 las universidades españolas despacharon los títulos en el genérico masculino

(graduado) sin distinguir si el graduado en cuestión era mujer o varón.

Martín recuerda que mientras haya machismo en la sociedad, habrá machismo en la lengua.

"No existe ninguna institución capaz de legislar cambios arbitrarios y establecer reglas como que, a partir de ahora, debemos decir

'nosotros y nosotras'.

Sin duda

ésta no es la función de la Real Academia Española

(RAE), que no puede arriesgarse a imponer cambios que no se hayan producido en la realidad", opina el filólogo.

Aunque quizá a la ministra de Igualdad Bibiana Aído mucho le agradaría zanjar

(con la respuesta positiva) la discusión sobre si es pertinente que al sustantivo masculino

'miembro' le nazca un femenino

'miembra', el debate tiene gran riesgo de llegar a ningún sitio mientras los hablantes del español no se apropien de la nueva palabra, como lo hicieron, por ejemplo, con

'jueza'.

"No obstante, si la cuestión pasa por reflexionar en serio sobre cuál es el lugar de la mujer en la lengua, opino que es productivo que nos preguntemos si la escuchamos, si la dejamos intervenir, si permitimos que nos interrogue.

.

.

", enumera Martín.

Modificar los comportamientos masculinos que implican una discriminación sutil en el uso del lenguaje es más sencillo e inmediato que purgar el diccionario y la gramática.

Martín comparte los fundamentos de su optimismo:

"el reto pasa por concienciarnos sobre estas actitudes.

Pero si hemos cambiado socialmente en otros aspectos más complejos.

.

.

¡También podremos cambiar en

éste!"

De la Edad Media proviene el prejuicio que califica a las mujeres de parlanchinas y adictas al cotilleo.

"Es un punto de vista misógino que apareció en la literatura de aquel tiempo para denigrarla", observa el académico Javier Martín.

En coincidencia, José Luis Aliaga Jiménez, de la Universidad de Zaragoza, precisa que, desde los comienzos mismos de la cultura occidental, la mujer ha sido objeto de juicios negativos.

"Las valoraciones se han sustentado en el prejuicio androcéntrico

(visión del mundo desde el enfoque masculino) del carácter neutro del comportamiento lingüístico del varón.

Ese modelo ha servido para enjuiciar cualquier rasgo considerado propio de la mujer", apunta Aliaga en una ponencia.

La evidencia científica acumulada desde 1970 desbarata la tesis que le asigna a

ésta una inclinación a la verborrea, el chisme y la maledicencia.

Aliaga apunta otro prejuicio superado:

"en su momento, también se creyó que la mujer tenía una aptitud escasa para expresar pensamientos complejos a través de un léxico especializado o de una sintaxis abundante en nexos de subordinación".

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¿Tienen sexo las palabras o, simplemente, género?

¿El hecho de que un término sea masculino o femenino depende de su evolución dentro de una cultura en la que, hasta hace poco, las mujeres eran invisibles o, por el contrario, depende de una serie de reglas gramaticales ajenas a toda ideología?

¿Se refiere también a las vascas el plural

"vascos" o es necesario citar ambas formas como hace, incansable, el lehendakari Ibarretxe?

¿Están incluidas las diputadas en el nombre actual del Congreso de los Diputados? La gramática dice que sí, pero los lingüistas no acaban de ponerse de acuerdo.

Y la polémica sobre el posible sexismo del lenguaje arrecia.

¿Una nueva batalla contra la discriminación o el enésimo artificio políticamente correcto?

En diciembre de 1978 murió Golda Meir y a más de uno le escandalizó que se hablara de ella como ex primera ministra israelí.

Y eso a pesar de que la Real Academia Española había aceptado ya el femenino de ministro.

Por no hablar de que, en 1925, Rafael Alberti había llamado a la luna

"presidenta de la noche".

Con el acceso de las mujeres a profesiones tradicionalmente ejercidas por los hombres han llegado las dudas sobre si la corrección política puede convivir con la gramatical.

Es decir, si, en el camino de arquitectas, juezas y abogadas, Angela Merkel será algún día cancillera alemana o Soraya Sáenz de Santamaría, portavoza del PP.

El nombre de las profesiones es uno de los mayores campos de batalla contra el posible sexismo.

El otro, y tal vez el más ruidoso, es el desdoblamiento de masculino y femenino

-el

'compañeros y compañeras' de Llamazares o el citado

'vascos y vascas' de Ibarretxe-, llamativo por su uso fundamentalmente público y porque rompe una de las reglas más simples del lenguaje, clásica y muy anterior al SMS, la economía: decir todo lo posible con el menor número de palabras posible.

Algo que, entre otras cosas y sexos aparte, hace que en ciertos contextos la palabra día incluya también a la noche.

La gramática española recuerda que en las lenguas románicas el masculino es el llamado género no marcado, es decir, que abarca a individuos de los dos sexos.

Sirve para los seres humanos, claro, pero también para los animales.

Cuando alguien dice que el oso es una especie en peligro de extinción incluye tanto a machos como a hembras.

Para Ignacio Bosque, miembro de la RAE, el desdoblamiento es un artificio que distancia aún más el lenguaje de los políticos del lenguaje común.

"Si uno habla del nivel de vida de los españoles, es absurdo añadir

'de las españolas'.

Suena incluso ridículo", apunta.

"Si yo le pregunto a alguien cómo están sus hijos se entiende que también le pregunto por sus hijas.

No creo que sea discriminatorio".

Bosque es ponente de la comisión que trabaja en la nueva gramática, que estará lista en dos años.

La anterior era de 1931 y el esbozo para la renovación, de 1973.

El académico insiste en que lo que algunos consideran el

"ladrillo simbólico" del patriarcado no responde más que a una simple regla gramatical.

La misma que funciona cuando se coordinan un sustantivo masculino y uno femenino.

En

"Juan y María han ido juntos",

"juntos" es un masculino plural:

"Así es el idioma, no hay otra forma de decirlo".

El lingüista sostiene que incluso los políticos son conscientes de que la doble forma es artificial:

"Cuando no tienen delante un micrófono hablan como todo el mundo".

Incluso hablando en público los políticos se relajan.

Al final del

último Consejo de Ministros, la vicepresidenta del Gobierno aseguró, a vueltas con la sequía en Barcelona, que al final habría agua para todos

"los barceloneses y las barcelonesas".

Acto seguido añadió que en el mismo caso estarían los valencianos, los murcianos y los andaluces.

Esta vez, sólo en masculino plural.

"Quienes proponen el desdoblamiento se dan cuenta de que no pueden mantenerlo a ultranza", insiste Bosque.

Mercedes Bengoechea, decana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alcalá de Henares y estudiosa del sexismo en el lenguaje, está de acuerdo con su colega académico: usar el masculino y el femenino sistemáticamente es insostenible.

Pero matiza:

"Lo importante es que quede en la referencia personal, en los sustantivos".

Además, recuerda que el desdoblamiento no es un invento nuevo.

Está en el Cantar de Mío Cid, en el Libro de buen amor y en el romancero:

"Allí se habla de hombres y mujeres, moros y moras.

.

.

Es un recurso de la oralidad, es cierto, pero ahí está.

Se encuentra hasta después de Cervantes, pero cuando aparecen las academias se crea una norma androcéntrica".

La Real Academia Española se fundó en 1713 y la primera mujer en ingresar en ella, la escritora Carmen Conde, lo hizo en 1978.

De los 40 académicos actuales, sólo tres son mujeres.

La novelista Ana María Matute, la científica Margarita Salas y la historiadora Carmen Iglesias.

Con todo, Bengoechea no cree que el sexismo sea voluntario.

Y

ése es, en su opinión, el problema.

"Ya sé que cuando alguien dice

'telespectadores' no tiene intención sexista", dice.

"Es una herencia cultural.

Como los toros.

También heredamos palabras.

Yo misma dejé de usar

'minusválido' porque dos alumnos me dijeron que, como afectados, les sonaba fatal.

Preferían

'discapacitado'.

Alguien tiene que abrirte los ojos".

Una de las salidas a la polémica del desdoblamiento es el uso de sustantivos colectivos

-decir magistratura o justicia en lugar de jueces y juezas- y nombrar las instituciones según la actividad y no según el sexo

-Colegio de la abogacía en lugar de Colegio de abogados-.

Ignacio Bosque, que recuerda que la nueva gramática limita el desdoblamiento a situaciones en las que su ausencia podría ser malinterpretada

-como en el caso de

"los españoles y las españolas pueden servir en el Ejército"-, recuerda también que el uso de sustantivos colectivos no siempre funciona.

El alumnado es, sí, el conjunto de los alumnos, pero

"el conjunto de los enfermos no es la enfermería, ni el conjunto de los médicos es la medicina, ni el conjunto de los periodistas es el periodismo".

Con todo, el lenguaje político y legal ha sido el más vigilante ante el posible sexismo, aunque los legisladores siguen demorando la respuesta a la demanda de quienes piden que se reforme el artículo 14 de la Constitución, el que dice que todos los españoles son iguales ante la ley.

¿Están también las españolas en ese masculino plural? La gramática, ya vimos, dice que sí.

Algunas teorías, que no.

Entretanto, el Congreso corrigió en noviembre de 2006 los términos considerados sexistas en el nuevo estatuto andaluz.

Se añadió

"andaluzas"

"pueblo andaluz" y

"ciudadanía andaluza" donde sólo decía

"andaluces".

También se añadieron

"funcionarias" y

"ciudadanas".

Todo ello haciendo caso omiso a un informe encargado a la RAE por el Parlamento sevillano.

En ocasiones, el colectivo es una solución fácil, como cuando la Ley de Soldados y Marineros se transformó en Ley de Tropa y Marinería.

En otras, la manera de dar con una buena respuesta consiste en eliminar la pregunta.

En noviembre de 2004 Convergència i Unió presentó una proposición no de ley para pedir que la futura reforma de la Constitución incluyera que el Congreso lo sea a secas y deje de ser sólo de los Diputados.

"El plural masculino es gramaticalmente correcto, pero hace invisibles a las mujeres", afirmó en el debate la convergente Mercé Pigem.

Reelegida el pasado 9 de marzo para una Cámara en la que, pese a la Ley de Igualdad, en esta legislatura habrá una mujer menos que en la anterior, la parlamentaria recuerda que se trataba de que

"el nombre del Congreso no deje fuera a casi la mitad

[menos del 36% en realidad]

de sus miembros".

Izquierda Unida llegó a plantear incluso que se denominara Congreso de los Diputados y de las Diputadas.

Finalmente, la Comisión Mixta de los Derechos de la Mujer y la Igualdad de Oportunidades, formada por 38 mujeres y dos hombres, aprobó la propuesta catalana por unanimidad.

La votación, con todo, no era vinculante y su puesta en práctica está supeditada a que la actualización de la Carta Magna vaya más allá de lo propuesto por el propio Gobierno, fundamentalmente reformar el Senado y terminar con la discriminación de la mujer en la sucesión real.

"El PSOE se comprometió", afirma Pigem,

"pero hay que seguir vigilantes".

La legislatura que ahora comienza dirá.

Aunque no parece claro que la Constitución vaya a tocarse demasiado, sigue en el aire una medida que a pioneras como Clara Campoamor o Victoria Kent, parlamentarias en los años treinta, les habría resultado de un futurismo intrépido, muy posible pero poco probable.

Ellas se llamaban a sí mismas

"diputado".

Aun así, el interés de las Cortes está por eliminar en lo posible el lenguaje sexista, siguiendo una sensibilidad cada vez más extendida en la Administración.

En 1999 el Ayuntamiento de Madrid decretó que cuando se mencionaran en sus documentos puestos ocupados por personas concretas, se utilizara

"el género masculino o femenino que a la persona concreta corresponda".

También había decidido modificar sus formularios para evitar formas como

"el titular",

"el firmante" o

"el que suscribe".

También los diccionarios han cambiado.

En las definiciones se tiende cada vez más a usar

"persona que" en lugar del tradicional

"el que".

"En el fondo, los académicos no están tan en desacuerdo", apunta Mercedes Bengoechea, que recuerda que la publicidad ha empezado también a evitar fórmulas sexistas:

"Nos hace visibles para que compremos más, pero es un síntoma".

La filóloga, que es una de las impulsoras de Nombra.en.red, una base de datos del Instituto de la Mujer con alternativas para evitar el sexismo, afirma que buena parte de nuestro sentido de la corrección tiene que ver con la costumbre:

"Hace 14 años un novelista español dijo que jamás se extendería la forma

'presidenta'.

Y hoy la sociedad lo dice con naturalidad.

Lo que suena raro es oír

'la presidente'.

Si desde que fue elegida se hubiera llamado

'cancillera' a Angela Merkel nos sonaría normal.

Pero me temo que ya no se va a feminizar.

Ya lo hemos oído mucho".

Ignacio Bosque, sin embargo, recuerda que

"canciller" es un nombre común

(es decir, masculino y femenino a la vez) en cuanto al género, como otros terminados en

-er

(ujier, sumiller).

Y no se desdobla:

"Tiene que ver con paradigmas morfológicos.

Estas cosas no son gratuitas.

Cuando la Academia propone una solución es porque la ha pensado.

Hay que fijarse en un paradigma completo.

Existen razones puramente gramaticales para que las cosas sean así".

También son comunes sustantivos acabados en

-ista como

"pianista" o

"artista".

Otros, como

"modista", también lo son, aunque

"modisto" esté cada vez más extendido.

Siempre hay casos particulares.

En España se dice

"clienta", algo que en América es muy raro.

La nueva gramática, insisten los académicos, no impondrá una forma.

Sólo explicará el uso que hacen los hablantes.

Por ejemplo, que jueza está generalizado en Argentina, Costa Rica y Venezuela, pero no en México ni en España.

Aunque, paradojas de la lentitud, tal vez lo esté cuando se publique la nueva norma.

La política de la RAE es no imponer términos cuyo uso no se ha extendido.

Es lo que sucede con

"matrimonio", todavía no recogido en el diccionario académico como

"unión legal de dos personas del mismo o de distinto sexo":

"Si se reúne suficiente documentación de este uso nuevo, tendrá que estar", afirma el profesor Bosque.

"La Academia refleja el uso que los hablantes hacen del idioma, no el que los políticos dicen que debe hacerse.

Y es evidente que en la lengua común el desdoblamiento, por ejemplo, no se usa porque no hace ninguna falta".

Para quienes vigilan el supuesto sexismo lingüístico, las razones puramente gramaticales no son tan puras.

Están, dicen, cargadas de ideología.

Ésa es la base del problema y ahí la sintonía parece imposible.

Todo el mundo está de acuerdo en que las lenguas no son el resultado de actos conscientes de los hablantes.

Pero hay quien sostiene que esa inconsciencia está llena de prejuicios.

Para aquéllos, las convenciones lingüísticas no son un reflejo directo de la sociedad.

Para

éstos, no hay otro más directo:

"Se dice que la sintaxis son reglas inocentes y sin ideología porque se ha olvidado la sociedad y la historia que creaba esas reglas patriarcales", recuerda Mercedes Bengoechea.

"Quedan restos de su origen.

Una lengua nativa norteamericana, por ejemplo, habla de

'pájaros, fuego, mujeres y otros animales peligrosos'.

Es curioso que entrasen en la misma categoría.

El uso del masculino es una regla gramatical, sí, pero no ajena a la realidad.

La lucha de los defensores de la neutralidad del lenguaje también es ideológica, como la nuestra, pero ellos no lo reconocen".

Bosque, en efecto, no comparte las razones extralingüísticas.

"Existe discriminación, pero no en el lenguaje, en la vida: laboral y social.

Ésa es la verdadera discriminación de las mujeres.

La lingüística es falsa".

Ambos filólogos coinciden, no obstante, en que los posibles cambios, sean los que sean, tendrán que venir de un uso mayoritario.

"Yo evito el lenguaje sexista en lo posible, pero, como decana, por ejemplo, no impongo nada en los asuntos de mi facultad.

Debe ser algo natural.

También yo hace 20 años pensaba de otra manera", dice Bengoechea.

No valen las imposiciones.

Las palabras serán de quien sea, rezaba la vieja sentencia africana, pero la canción es nuestra.
