Augusto Ferrer-Dalmau:

"Me gustaría pintar a Don Pelayo en Covadonga"
Pablo Batalla Cueto

- mas.asturias24.es

- 06/02/2015

Hay una forma corta, una media y una larga de describir a Augusto Ferrer-Dalmau.

La corta es decir, simplemente, que es un catalán muy español

—así se describe

él mismo—.

La media es explicar que es pintor; que nació en Barcelona en 1964 en el seno de una familia vinculada a la burguesía textil; que es nieto de militar y un apasionado de todo lo castrense; que se declara apolítico aunque tenga ideas muy claras en materia de recentralización, y que sus cuadros, en los cuales retrata soldados, batallas, gestas y retaguardias de todas las guerras de la historia de España, le abrieron hace dos años la puerta de la muy prestigiosa International Society of War Artists, en la cual es el

único artista europeo.

La larga es esta entrevista en su estudio, colgado sobre la Plaza Mayor de Valladolid

—donde vive desde hace un lustro después de decidir emular a su amigo Albert Boadella y autoexiliarse de Cataluña buscando un lugar cuya españolidad nadie pusiera en cuestión— y al entrar en el cual destaca, además de su nutrida colección de sables, el cuadro que está a punto de acabar y cuya exclusiva concede a

'Asturias 24': un galeón, el famoso

'Glorioso', que surca un mar cerúleo y se recorta contra el típico cielo ferrer-dalmauano, el mismo contra el cual combaten en otros cuadros soldados de los tercios de Flandes, regulares de Ceuta, requetés carlistas, divisionarios azules e incluso algún Don Quijote: un cielo de tonos pálidos y nubes evanescentes, tiznado de sutiles matices rosáceos y anaranjados, que revela la influencia que al principio de su carrera ejerció sobre Ferrer-Dalmau la obra de Modest Urgell.

-Empecemos por hablar de influencias.

¿Qué pintores le gustan?

¿A cuáles quiere parecerse? Lo comparan con Mariano Fortuny y Josep Cusachs.

-Sí, porque son los pintores de temática militar españoles más conocidos, pero a mí lo que me gusta realmente, y lo que me ha marcado, es la pintura francesa del siglo XIX:

Édouard Detaille, Ernest Meissonier, Alphonse de Neuville, también el inglés Woodville… De ellos me gusta tanto su estilo pictórico como su forma de tratar el tema militar.

-También se ha hablado de la influencia que sobre usted ejerció Antonio López.

-Sí, sobre todo en mis comienzos, cuando hacía pintura urbanística, de la cual Antonio López es el gran referente.

Antonio López ha marcado una

época.

A mí su trabajo, y sobre todo su famoso cuadro de la Gran Vía, me marcó mucho cuando lo descubrí, y eso, unido a que estaba harto del diseño textil, que era a lo que me dedicaba entonces, me impulsó a seguir su línea y a empezar a pintar rincones de Cataluña y de la ciudad de Barcelona.

-Ganó varios premios por aquellos primeros cuadros del Paseo de Gracia o la bahía de Cadaqués.

¿Qué le impulsó a dar el salto a la temática militar?

-El tema militar ya me atraía entonces, pero necesitaba, por un lado, hacerme un hueco en el recorrido de las galerías, y por otro adquirir confianza, antes de meterme en

él.

Así que empecé con cuadros más convencionales de paisajes, siguiendo un poco la línea de Modest Urgell: pinturas de atardeceres un poco desoladoras, con cipreses y demás.

La primera exposición que hice fue de cementerios, con cuadros un poco tétricos, pero funcionó perfectamente y me animó a seguir metido en el mundo del paisaje y especialmente en el de la marina.

También empecé a hacer esos cuadros de paisajes urbanos de Barcelona y Madrid, pero un día, en una exposición de ellos que hice en la galería Arcadia de Madrid, incluí a modo de nota un cuadro militar, de un jinete.

Resultó ser la estrella de la exposición, y fue entonces cuando me dije:

“Ésta es la mía, ahora o nunca”.

Le dije a mi marchante que quería hacer una exposición de tema militar, el marchante me dijo

“tú mismo”, la hicimos al poco tiempo y tuvo mucho

éxito.

-Suele ser alabado como gran pintor de caballos.

Es casi su animal totémico.

-Sí, es la columna vertebral de mi pintura, porque es un animal que, además de que siempre me ha gustado muchísimo, era una pieza fundamental de cualquier ejército: movía carros, tropas, soldados… Además, estéticamente es muy poderoso; embellece cualquier cuadro.

Sin embargo se ha pintado poco: sí generales a caballo, por una cuestión propagandística, pero no la caballería en sí.

Siempre se ha pintado más la infantería, quizá porque el caballo es de las cosas más difíciles de pintar.

Yo conozco bien al animal, porque me interesa y porque lo he montado bastante, y por eso no me resulta complicado.

-¿Los pinta de memoria, o toma modelos?

-En gran parte los pinto ya de memoria, pero tengo un gran archivo de fotografías y de apuntes que tomo en picaderos.

-Otro animal casi omnipresente en sus cuadros es el perro.

De hecho, uno, el que pintó en

'Rocroi, el

último tercio', fue el que lo hizo famoso gracias a un artículo de Arturo Pérez-Reverte.

-Es que el perrillo es un animal que ha acompañado siempre a las tropas; a todos los ejércitos, de cualquier

época.

Incluso hoy: en cualquier cuartel que uno visite siempre hay un perro en algún lado.

Hace compañía, vigila cuando la soldadesca duerme y da la alerta de cualquier peligro, desde animales hasta soldados enemigos.

-Hablemos de algunos de sus cuadros.

Me gustaría empezar por

'Agustina de Aragón', un cuadro singular porque a Agustina se la suele representar enfervorizada en el fragor del combate y llamando a los zaragozanos a luchar mientras dispara su cañón, pero en su cuadro aparece serena, concentrada y, sobre todo, muy joven, casi una niña.

-¡Es que Agustina de Aragón era muy joven! Tenía sólo 22 años, y es cierto: en las películas siempre nos la han caracterizado así, muy guerrera, gritando al pie del cañón.

Yo preferí buscar una Agustina más joven, más agraciada quizás, y serena en el combate, que es como yo me la imagino.

-¿La escena tal como aparece en el cuadro es exclusivamente producto de su imaginación, o está documentada de alguna manera?

-No, fue imaginación.

Pinté a la chica así porque me gustaba la cara, y la situación, la disposición de los muertos, el humo, etcétera, es imaginación mía.

-Dedicó aquel cuadro

“a las mujeres españolas, ahora más que nunca”.

¿Por qué entonces más que nunca?

-Se lo dediqué a la mujer española porque su función en el Ejército y en la guerra está bastante olvidada, pero es fundamental.

Son las madres, las esposas y las hijas de los soldados, y su apoyo, su cercanía, su recuerdo, es fundamental para ellos.

Lo sé de primera mano, porque mi madre era hija de militar: un soldado no puede ir a una misión tranquilo y seguro si no tiene el apoyo de una mujer.

Sobre todo el de una madre: en nuestra cultura, la madre, la figura de la madre, es muy importante.

Cuando un soldado está muriéndose, a quien escribe es a su madre, no a su padre ni a su abuelo.

Por eso siempre he pensado que las mujeres son la columna vertebral del Ejército español.

Hoy combaten ellas mismas como soldadas, pero antes de que lo hicieran su papel ya era clave.

-Se habla mucho de la importancia de las mujeres en las retaguardias: son quienes sostienen la economía mientras los hombres luchan.

-Sí.

Sostienen la casa en particular y la nación en general.

Es más: creo que las mujeres son mucho más patriotas que los hombres.

-También hay numerosos estudios sobre la importancia que las mujeres en tanto madres han tenido siempre como correas de transmisión, a través de la educación que dan a sus hijos, de los valores y principios de cualquier movimiento religioso o político, desde el carlismo hasta el republicanismo.

-Sí, sí.

Detrás de un patriota, sea de la ideología que sea, siempre hay una madre que también lo era.

¡Seguro! Mi propio caso es un ejemplo de ello: mi amor por lo militar y mi patriotismo se los debo a mi madre.

Mi madre me leía libros, me contaba historias de soldados, veía películas de guerra conmigo… Los españoles somos muy maternos.

Yo siempre digo que España no es un patriarcado, sino un matriarcado.

-Hablemos un poco de su familia.

Según Wikipedia,

“nació en el seno de una familia de la burguesía catalana”.

¿De qué burguesía?

¿A qué se dedicaban sus antepasados?

-Al sector textil, desde hace siglos.

La típica burguesía catalana de toda la vida.

-¿Toda su familia es catalana?

-Por parte de padre, sí.

Por parte de madre no, porque como militares que eran se movían de un sitio a otro.

-¿Nunca se le pasó por la cabeza seguir esa estela familiar y ser militar usted mismo?

-Me hubiese gustado muchísimo, y lo intenté, pero no hubo manera.

Estuve preparándome un año para entrar en la Academia, pero las pruebas eran durísimas.

Exigen un nivel altísimo, que ahora han aumentado incluso más, tanto en lo físico como en lo teórico.

Se exigen, por ejemplo, conocimientos avanzados de matemáticas, que es algo en lo que yo siempre he sido malísimo.

Es difícil ser militar hoy.

Yo no hubiese sido un buen militar, porque soy un poco desobediente, pero de todas formas me cambiaría ahora mismo por cualquier militar de cualquier sitio con los ojos cerrados.

Es una de las cosas que más me hubieran gustado ser en la vida.

-Otro de sus cuadros famosos es

'El

último de Gibraltar'.

En

él retrata al

último gobernador español del Peñón, Diego de Salinas.

-Diego de Salinas es un personaje al que la historia ha tratado mal, porque fue un gran soldado, que empezó desde abajo, en los Tercios, y llegó a donde llegó a golpe de espada.

Efectivamente, fue el

último gobernador español de Gibraltar.

Lo fue hasta la toma del Peñón por una flota angloholandesa en 1704, cuando Salinas, después de aguantar sin medios y sin refuerzos el asedio durante días, se vio obligado a rendir la plaza presionado por las familias que vivían en el Peñón, que tenían miedo de que sus mujeres e hijos, que huían hacia Punta Europa, fueran interceptados por los ingleses.

En España no estamos acostumbrados a rendir plazas, y quizás por eso no hayamos perdonado a Salinas y le hayamos olvidado.

Pero fue un gran militar.

-Salinas no mira al Peñón, que se recorta contra un cielo atardecido detrás de

él, sino al mar.

¿Por qué?

¿En qué esta pensando?

-Me pareció una escena bucólica: tanto el mar como el atardecer representan una idea de final.

-Al mirar el cuadro, la vista salta rápidamente de Salinas al Peñón, que aparece verdaderamente hermoso, virgen de elementos humanos y con la luz del atardecer coloreando las zonas de roca desnuda.

-El Peñón está reconstruido tal y como debía de ser en aquella

época: vacío, porque estaba vacío.

Apenas había nada: sólo vegetación.

-¿Cuál debe ser, a su juicio, la estrategia española para recuperar el Peñón?

¿La verja de Franco, el apretón de manos de Moratinos o un punto intermedio entre ambos extremos?

-Yo no creo que Gibraltar se recupere nunca.

Lo veo muy difícil.

Primero, porque los habitantes del Peñón no quieren ser españoles.

Quieren seguir siendo ingleses, y si quieren seguir siendo ingleses lo que no se puede hacer es obligarlos a ser españoles.

Si quisieran ser españoles, pues bueno, podríamos intentar liberarlos por medios diplomáticos.

Pero no es el caso.

Ojalá lo fuera, pero no lo es.

Los gibraltareños están muy bien siendo ingleses, los ingleses no están por la labor de darnos el Peñón y yo no sé ni si el Peñón sigue siendo estratégicamente interesante.

Es simplemente una cuestión simbólica, así que no tiene sentido hacerse mala sangre.

En su momento no fuimos capaces de defender Gibraltar, después no fuimos capaces de recuperarlo y hoy no tiene sentido romper relaciones diplomáticas o entrar en un conflicto con Inglaterra por un peñón.

También perdimos Cuba y Filipinas y otras muchas colonias y no por ello nos vamos a poner ahora a reclamarlas.

-'El

último de Gibraltar' recuerda a otro cuadro suyo,

'Morella en la lejanía', que también forma parte de algo muy literario: la melancolía de la derrota.

Uno se acuerda de Boabdil llorando al abandonar Granada, de Rafael Alberti soñando desde el exilio con volver a entrar en la propia Granada o de Pablo Milanés cantando

“Yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentada”.

-Sí, sí.

He pintado varios cuadros en esa línea:

'El regreso a casa', por ejemplo, en el que los carlistas vuelven a casa con los sables colgados de los caballos después de ser derrotados.

Me gusta mucho esa sensación melancólica, amarga, de la derrota digna.

El soldado no sólo es guerra, sino también sentimiento, y ese tipo de escenas lo transmiten muy bien.

-Su obra rompe con la deshumanización propia de la pintura militar, en la que se suele preferir el gran angular abarcador de todo el campo de batalla al teleobjetivo dirigido a los rostros de los soldados.

-Sí,

ése es mi propósito: mostrar que el soldado no sólo lucha, no solo mata, sino que es un ser humano con sentimientos.

También tengo cuadros de despedidas de madres y esposas a los soldados antes del combate.

Todo, las marchas, los campamentos, las propias batallas, los regresos a casa, unos como victoriosos y otros como derrotados, es parte del mundo militar.

-Otro de sus cuadros famosos es

'El Camino Español'.

En

él, un niño ofrece un vaso a un jinete que forma parte de una amplia expedición española.

¿En qué punto del famoso Camino se imagina la escena?

-Por el paisaje, me lo imagino en la frontera con Francia.

No es un paisaje holandés.

De todas formas, podría ser cualquier parte del Camino.

Mi idea es que acaban de pasar por una ciudad, o están llegando a una ciudad, y los han puesto un poco más en orden, con las picas al hombro y con más formación.

Cuando dejaban atrás las ciudades, los soldados solían relajarse y guardar las picas en los carros, pero al pasar cerca de una iban más ordenados, porque la gente se agrupaba a la vera del camino para verlos pasar y hacer negocio con ellos, como ese niño que vende, o le da, aguardiente al jinete.

-¿Es históricamente verosímil la escena? Cuesta imaginarse a la población de cualquier sitio entusiasmada con el paso constante de un ejército por sus tierras.

-Hombre, había negocio.

No estamos hablando de países en guerra con España, sino de territorios españoles o aliados con España.

No había saqueos: de hecho, se controlaba mucho que así fuese.

Y cuando la soldadesca pasaba por las ciudades era el momento de hacer negocio: vender, comprar, cambiar… Siempre ha sido así.

El Camino Español no era

útil sólo para los Tercios, sino también para la población.

Había que alimentar a toda esa tropa.

-¿En qué momento de los doscientos años que duró el Camino Español se imagina la escena?

-El tercio que aparece en el cuadro es el mismo que aparece en

'Rocroi, el

último tercio': las mismas gentes, las mismas banderas… Mi idea era representar el antes y el después de un tercio: cómo llegaban a la batalla y cómo acababan.

El antes y el después.

-Otro de sus mejores cuadros es

'Mi bandera', donde muestra a un granadero de la batalla del Cabo de San Vicente agarrando una enorme bandera rojigualda sobre un lecho de muertos con gesto desafiante y, discúlpeme, un brillo de enajenación en los ojos.

¿Hace falta estar un poco loco, o un mucho, para ser militar?

-No, a ver, lo que pasa es que el soldado español es valiente.

Es muy valiente.

Yo conozco muchos ejércitos y creo que los españoles son los más valientes que hay.

Los españoles aguantamos mucho, pero hay un punto en el que se nos va la bola, ese momento en el que decimos

“a tomar viento, hasta aquí hemos llegao”; en el que decimos

“de aquí no salgo”, ya estamos dispuestos a morir y no nos importa nada.

Es el momento en el que nos salta la vena patriótica, agarramos la bandera, nos emocionamos y decimos

“venid a por mí, aquí estoy”.

Todos los compañeros del granadero del cuadro estaban muertos, pero su cometido era defender la bandera, porque para eso era granadero, y estaba dispuesto a morir cumpliendo su deber.

Luego pasó lo que pasó: le dieron por todos lados, lo dieron por muerto…

-¿Es un personaje real?

-Sí, es Martín

Álvarez, un granadero de infantería.

Combatió, defendió la bandera, mató a varios ingleses e incluso atravesó a un oficial con una espada y lo dejó clavado en el palo de un barco.

Le dispararon y lo dieron por muerto, pero después vieron que estaba vivo y Nelson mandó que lo curasen y le dieran honores por haber defendido la bandera cuando ya no quedaba nadie.

No sé por qué, pero los españoles tenemos ese puntillo.

Yo siempre he dicho que todos los españoles son valientes.

-¿Todos, todos?

-Todos.

Lo llevamos en la raza.

-Somos una raza de razas: celtas, iberos, fenicios, romanos, godos…

"Raza" no es un término muy popular…

-Cierto, pero yo la palabra

"raza" la entiendo en el sentido de que estamos formados por muchas razas, por una mezcla de razas: celtas, iberos, fenicios, romanos, godos… Tenemos de todo.

-Una raza de razas.

-Exacto,

ésa es la frase.

Una raza de razas.

Muy bien dicho.

Me gusta, sí

(risas).

-De los españoles siempre se ha dicho que somos muy de arranques, de venadas, pero que resistimos poco.

-Pues yo lo veo exactamente al revés.

El español es un tío que resiste un huevo.

Aguantamos mucho, pero llega un momento en que decimos

"hasta aquí".

Y no sólo en el ataque.

Atacar puede cualquiera, pero defender cuando todo está perdido no es muy corriente, y es algo muy de los españoles.

Igual que tener esperanza y luchar cuando todo está perdido.

Todavía recuerdo el 12-1 contra Malta.

Había que meter doce goles, algo imposible.

Sólo lo podía hacer un español, o un grupo de españoles.

Y se hizo.

Hacer lo imposible es nuestro trabajo.

Va en nuestra forma de ser, en nuestra esencia.

No hay más que ver los

Últimos de Filipinas, Rocroi, Cartagena, Numancia… Incluso la División Azul, que hacía proezas que sorprendían a los alemanes.

Los alemanes se preguntaban cómo gente del sur de Europa podía soportar temperaturas tan gélidas, de hasta cincuenta grados bajo cero.

Las soportábamos

—y no sólo la gente de la meseta, sino también batallones en los que todos los soldados eran andaluces— porque somos así: un pueblo muy valiente.

-Tengo la idea de haber leído alguna vez que a los nazis les horrorizaba la brutalidad de los españoles.

-No era brutalidad, era valentía.

El español nunca ha sido cruel con los prisioneros.

No está en nuestra forma de ser.

Es más, creo que el español siente cierta lástima hacia los prisioneros.

Se hace amigo de ellos.

Existe la famosa Leyenda Negra sobre la conquista de América y los Tercios, pero es más leyenda que otra cosa.

Nosotros no aniquilamos a los indios americanos, sino que nos fusionamos con ellos, creamos el mestizo.

Norteamérica es todo lo contrario: allí, indios quedan muy pocos.

Las poblaciones que han entrado en contacto con españoles siempre se han quedado con un buen recuerdo de nosotros.

Sigue siendo así: yo he estado en Afganistán y he comprobado que la población afgana, que es difícil, quiere a los soldados españoles.

Sucedía lo mismo en Bosnia.

La población se vuelca, porque el español convive con ella.

Los soldados españoles no luchan contra civiles, sino contra otros soldados.

No oprimen, sino que hacen suya a la población civil.

Yo he leído anécdotas relacionadas con la campaña de Rusia de cómo lloraban los rusos cuando se marchaban los españoles.

Muchos, de hecho, se casaron con rusas a las que se trajeron a España.

Nosotros no fuimos allá a matar al pueblo ruso.

-Lo cierto es que España ha participado en más guerras civiles que guerras internacionales.

-Sí.

Decía Bismarck:

"España es el país más fuerte del mundo, porque lleva siglos intentando autodestruirse y no lo ha conseguido".

El peor enemigo del pueblo español es el propio pueblo español, nosotros mismos.

Cuando no tenemos con quien pelear, nos peleamos con nosotros mismos.

Somos unos cafres, es cierto.

-Volvamos a sus cuadros.

El más famoso es

'Rocroi, el

último tercio'.

Las lanzas de los soldados remiten inevitablemente a

'La rendición de Breda', de Velázquez.

Si en el cuadro de Velázquez, que representa un momento de auge del imperio español, las lanzas aparecen erguidas y paralelas, en el suyo, que representa el final de la hegemonía española en Europa, se muestran desordenadas.

¿Es una conexión, una alegoría, consciente?

-Sí, sí,

ésa es la idea: representar la otra cara de la moneda.

La paz y la guerra; las lanzas rectas y victoriosas frente al palilleo de lanzas desafiantes que se mueven porque es el momento final de la batalla.

-En sus cuadros casi nunca aparecen personajes históricos reales.

-No, pinto más a la soldadesca.

Se han pintado ya demasiados generales.

El museo está lleno de ellos, pero vacío de soldados.

A mí me gusta pintarlos a ellos, y pintarlos tal y como eran, metiéndome un poco en la fisonomía de la

época: las barbas, los bigotes, las modas… Si en la

época del cuadro no se estilaban las barbas, y se estilaban en cambio las perillas, pongo perillas.

Y pongo a los soldados sucios, destartalados, mal uniformados, que es como iban a la guerra.

Los cuadros de batallas los encargaban los generales para ensalzar sus victorias, y en ellos los soldados aparecen perfectamente limpios y ordenados, pero la realidad era lo contrario.

Yo he sido militar, y lo he sido a finales del siglo XX, y sé como

íbamos: cada uno de su padre y de su madre.

¡Y

éramos un ejército moderno! Pues imagínate en la

época de los Tercios.

-El más singular de sus cuadros es su

'Quijote carlista', que muestra a Quijote ataviado con una boina roja y seguido por Sancho.

¿Fue un simple divertimento, o hay una historia más larga detrás de esa obra?

-Es un cuadro con mensaje.

El carlismo no deja de ser un quijotismo, una ideología muy quijotesca.

Y mi cuadro representa eso, lo quijotes que son los carlistas.

Siguen siéndolo.

-Alguno queda todavía.

-Sí, siguen siendo los quijotes de esta España del siglo XXI.

A mí el carlismo me interesa mucho, porque en mi familia ha habido carlistas desde siempre, desde la primera guerra carlista.

-En el cuadro, Don Quijote lleva una bandera rojigualda.

¿No es un error?

¿No debería llevar una con las aspas de San Andrés?

-Durante la tercera guerra carlista, la caballería carlista llevaba la misma bandera que los liberales.

De hecho, todas las banderas carlistas de la tercera guerra eran rojigualdas, salvo el escudo o unidades que representaban.

Hasta el uniforme era muy parecido al liberal.

El símbolo identitario era la boina.

-¿Qué le parece la conversión al socialismo que el carlismo vivió a partir de los años sesenta?

-Bueno,

ésa es sólo una de las muchas ramas que tiene el carlismo o que derivan del carlismo.

Hay, incluso, carlistas nacionalistas vascos.

-Los carlistas fueron, de algún modo, los derrotados de los vencedores en 1939.

-Sí, se sintieron defraudados.

Ellos no combatían por una determinada ideología, pero no por una dictadura, y por eso cuando acabó la guerra civil muchos no aceptaron la derrota y pasaron a ser antifranquistas y a dividirse en numerosas ramas.

Unos se hicieron socialistas, otros nacionalistas… De hecho, el carlismo fue la cuna del nacionalismo.

El padre de Arzalluz, por ejemplo, era requeté.

Pero esa vinculación al nacionalismo viene ya del siglo XIX, después de la derrota en la tercera guerra carlista.

-¿Se siente carlista usted mismo?

-En lo tradicionalista sí, pero por lo demás yo lo que me siento es muy español y muy apolítico.

Cada día más apolítico y cada día más español, más patriota.

Creo en el pueblo español más que en los políticos.

-Ha pintado varios quijotes, no sólo aquél.

También pintó un hermoso

'Don Quijote en la playa de Barcino'.

¿Por qué en Barcelona?

¿Motivos sentimentales, estéticos o políticos?

-Es uno de los cuadros más bonitos que he pintado.

Fue un encargo de un señor que me gustó mucho, porque me hizo gracia.

Yo no conocía esa parte de

'El Quijote', y poder pintar al Quijote en la playa de la que no deja de ser mi ciudad, con Montjuïc de fondo, me hizo mucha ilusión.

-Otro cuadro por el que lo han alabado mucho es

'Regimiento Asturias, sangre española'.

En

él llama mucho la atención el blanco de las casacas de los soldados en plena carga unido al de las banderas de San Andrés que enarbolan.

-Es un cuadro muy bonito, sí.

Fue un encargo del propio Regimiento Asturias, que está en Madrid y es uno de los más antiguos de España, si no el más.

Fue creado a finales del siglo XVI por Felipe IV y sigue existiendo.

En la campaña del Rosellón lo llamaban El Cangrejo porque jamás le dio la espalda al enemigo en ninguna de las retiradas que se vio obligado a hacer.

Tiene una larguísima historia militar:

ésta es sólo una de las numerosas guerras en las cuales participó.

Y sí, el blanco da mucha fuerza al cuadro, se recorta contra el fondo más oscuro.

Hace ya años que pinté ese cuadro, y lo pinté con un estilo algo diferente al que sigo actualmente: es una pintura más suelta, con trazos más gruesos.

Pero tiene mucha fuerza, mucho movimiento.

-El paradigma de cuadro con fuerza y movimiento de cuantos ha pintado es

'La carga de Zumalacárregui'.

En

él, la disposición de los jinetes y las líneas de agua que entreveran el suelo embarrado transmiten la sensación de que los soldados van a salir del cuadro y atropellarlo a uno de un momento a otro.

-He hecho varias cargas.

Ésa es una de lanceros de Navarra.

Zumalacárregui, el gran general carlista, impuso en la primera guerra carlista el uso de la lanza dentro de la caballería, porque era un arma muy barata.

Se podía armar a los caballeros con un palo y una punta de hierro.

De hecho, las grandes victorias de los carlistas en la primera guerra fueron de lanceros, porque las lanzas hacían estragos en coraceros y cazadores que iban con un mosquetón de un solo disparo o con una espada.

El

éxito de la idea llevó al propio ejército liberal a recuperar también la lanza.

En general, las guerras carlistas fueron guerras de caballería de lanceros.

-Zumalacárregui es un personaje muy interesante.

-Fue un gran guerrero, el gran héroe del bando carlista junto con Cabrera.

Llevaba prácticamente todo el frente norte, y su muerte en el sitio de Bilbao fue un gran mazazo para los carlistas.

-En todos o en al menos muchos de sus cuadros el cielo aparece teñido de los tonos rosáceos y anaranjados propios del amanecer y del atardecer.

¿Es casualidad, o responde a un determinado simbolismo o propósito estético?

-Esos cielos de colores desvaídos y esos atardeceres son algo muy propio de la pintura catalana.

En los cuadros de Urgell o de Casas nunca verás esos cielos azules y resplandecientes que son quizá más propios del sur, ni la luz y el colorido de la pintura valenciana.

Los propios colores de la pintura catalana son, en general, más terrosos, menos brillantes.

Cuando yo pinto el mar, no pinto un mar azul brillante, sino uno de un azul más oscuro, más apagado.

Pintar así da un aspecto más bonito, más romántico, a las escenas.

Por otra parte, yo no me imagino una guerra bajo el azul del cielo: la pólvora, los cañonazos, nublan el cielo.

La pólvora de aquella

época era negra, y un simple disparo generaba una humareda impresionante, así que imagínate cientos de miles de disparos.

Todo quedaba nublado en un momento.

Incluso en las guerras de ahora después de doscientos disparos ya no se ve nada.

Las guerras son humo y confusión.

Además, el humo es una herramienta muy

útil para jugar con las figuras, para recortarlas o resaltarlas.

-¿Qué fase es más larga, pintar un cuadro o documentarse para hacerlo?

-La escena previa, que a veces dura semanas.

Ahora mismo, de hecho, me tengo que meter con un cuadro importante de los Tercios y estoy enfrascado en todo el planteamiento: qué figuras represento, cómo las dibujo, etcétera.

Una vez he consultado toda la documentación y he decidido el planteamiento del cuadro, pintar es rápido, casi una labor mecánica.

-¿Cuánto se tarda globalmente en pintar un cuadro?

-Depende.

Si es una figura, un apunte, un caballo, una semana.

Si me meto en un cuadro más grande y ambicioso, meses.

Mi pintura es una pintura lenta, lo que pasa es que le dedico diez horas diarias, fines de semanas incluidos.

Yo no tengo una vida social.

Prácticamente no salgo a la calle; sólo salgo cuando tengo cosas de trabajo: visitar una exposición, presentar algo, buscar documentación… Si no, viviría encerrado.

Es el precio que estoy pagando.

Todo gira en torno a mi trabajo.

-¿Pinta los cuadros de uno en uno, o pinta varios a la vez?

-Pinto varios.

De hecho, me viene bien que sea así.

Cuando salto de un cuadro al otro, giro el primero unos días para no verlo y poder ver fallos cuando le dé la vuelta de nuevo.

Si no, no soy capaz de detectar los fallos.

Otra forma de detectarlos es usar el espejo para invertir el cuadro y verlo desde otro

ángulo.

-Los cuadros que pinta,

¿los pinta por iniciativa propia, o por encargo?

-Todos son encargos.

Lo que pasa es que en muchos casos el encargo es

“pinta lo que quieras”.

Y en otros muchos me dan simplemente un tema general, una guerra o una

época, y yo decido qué escena concreta pintar.

Los cuadros en los que me encargan que pinte lo que quiera son siempre los más bonitos.

Pero todos son por encargo.

-¿Cuánto cobra por encargo?

-Todo eso lo llevan mis marchantes.

Va en función de la dificultad.

Cuando me encargan un cuadro muy complicado, dejo dicho que debe ser más caro, porque me va a llevar más tiempo; si es más sencillo, les pido que no lo cobren muy caro.

No sé, varía mucho.

-¿Pinta todos los encargos que le hacen, o rechaza algunos?

-Rechazo muchos, y hay cosas que jamás pintaré: jamás en la vida pintaré a un nacionalista catalán o vasco matando a un español, por ejemplo.

Tampoco acepto los encargos demasiado encorsetados, en los que me dicen con demasiado detalle qué debo pintar: necesito que haya una parte de invención, de creación mía.

Ah, y otros cuadros de los que huyo son los de la guerra civil española.

-Sin embargo, ha pintado alguno.

Todos, por cierto, del bando nacional.

-He pintado alguno para algún amigo, pero todo lo que sea guerra civil intento aparcarlo, porque es un tema muy politizado.

Me gustaría pintar soldados de los dos bandos, porque todos fueron valientes, tanto los de un bando como los de otro, y sobre todo la infantería.

Arturo

[Pérez-Reverte]

siempre me dice:

“Augusto, joder, pinta la guerra civil, pinta al bando republicano”.

Pero yo le contesto:

“Arturo, la gente no va a ver el cuadro de un soldado valiente, sino que va a identificarte con una ideología determinada o te va a decir esto y lo otro”.

La guerra civil está muy reciente todavía, y la gente no acaba de enterrarla.

Yo puedo pintar las guerras carlistas, que fueron tres guerras muy cruentas, muy duras y muy largas, y nadie me identifica por ello con un bando u otro.

Pintas a un soldado carlista o a un soldado liberal y la gente lo ve simplemente bonito.

Pero mañana pinto a unos republicanos cruzando el Ebro y molestaré a unos, y pinto a unos nacionales tomando una posición republicana y los otros dirán que ya está el facha de Ferrer-Dalmau pintando tal y cual.

Hasta que la gente no entierre definitivamente la guerra civil yo seguiré huyendo de esta temática.

-¿No sería precisamente una forma de despolitizar el recuerdo de la guerra civil pintar cuadros de los dos bandos?

-No, no, no.

Me encasillarían igual, crearía polémica igual.

La gente sigue hablando de la guerra civil como si hubiese sido ayer, aunque haya pasado ya casi un siglo y no quede ya casi gente que lo viviera.

La gente que queda son señores muy mayores.

Estamos hablando de algo muy lejano, pero que no se acaba de enterrar porque tenemos a la prensa hablando de ello todo el santo día, la memoria histórica famosa, gente desenterrando cadáveres de un lado y del otro… Y yo no quiero entrar en ese juego.

Me niego a pintar la guerra civil, a pintar un soldado de la CNT o a un falangista en primer plano, mientras se siga utilizando la guerra como un arma política.

-Pero, insisto, ha pintado por ejemplo un cuadro

—por otra parte soberbio— de la batalla de Belchite, con unos nacionales de los que no cabe duda que lo son, porque tienen una bandera rojigualda.

-Sí, pero es una excepción.

Ese cuadro está en una sala histórica, y lo pinté porque me gustó el tema desde el punto de vista estrictamente militar: una pieza de artillería que aguantó muchos combates.

El lugar de la escena es Belchite como podría ser cualquier otro, y la guerra es la civil como podría ser cualquier otra.

La bandera la puse un poco disimulada, y es cierto que Belchite se ve detrás, pero intenté que no fuera demasiado identificable.

-También ha pintado cuadros de la División Azul, un tema no menos politizado que la guerra civil.

-No, la División Azul no está politizada, o al menos yo lo creo así.

A la División Azul siempre se le ha visto más la dimensión romántica y heroica: Rusia, la nieve, 50

ó 60 grados bajo cero, españoles luchando y haciendo machadas en la otra punta del mundo… Nosotros no fuimos allí a luchar contra los Aliados, sino más bien por consideraciones político-estratégicas

—el alemán era un ejército victorioso y que arrasaba Europa en aquel momento— y a demostrar a los alemanes y a los rusos que España no era un país cualquiera, que los españoles aguantaban lo que no aguantaba nadie.

En aquel momento existía el Plan Félix de invasión de España por los alemanes para alcanzar Gibraltar.

Y nosotros fuimos a Rusia a luchar contra una ideología pero también a demostrarles a los alemanes que cuidado con los españoles, que España era un país al que no se le podía.

Mis dos cuadros de la División Azul están dedicados a la batalla del Voljov, donde los españoles dimos el do de pecho.

Aguantar la cabeza de puente mientras los alemanes se retiraban fue una machada nuestra, que hizo que los rusos pensaran

“cuidado con los españoles”.

Y además es la segunda guerra mundial, que es un tema bonito, que gusta, que es muy cinematográfico.

Y entre los españoles que lucharon en la División Azul había de todo: desde falangistas hasta soldados que estaban allí por necesidad, porque se cobraba un buen sueldo en un momento en el que en España había mucha miseria.

Hubo incluso republicanos perseguidos a los que se concedían privilegios a cambio de ir a Rusia.

Por eso yo no tengo ningún problema en pintar a la División Azul.

No fue una guerra civil, sino una de nuestras muchas guerras fuera.

-¿Qué hay de la División Leclerc?

¿No podría pintar, con esos mismos argumentos, a los republicanos españoles que liberaron París?

-Por supuesto, no descarto pintar a la División Leclerc entrando en París.

Sería un cuadro muy bonito.

De hecho es algo que hay que decir alto y claro: fuimos los españoles quienes liberamos París derramando mucha sangre.

No importa su ideología: lo mismo los que pilotaban un IL-2 en los cielos de Rusia que los que lucharon en Francia eran españoles con mayúsculas y derrocharon valor y coraje.

-Si no existiese esa hipersensibilidad hacia el tema de la guerra civil,

¿qué gestas del bando republicano le gustaría pintar?

-Hombre, me gustaría pintar a los republicanos cruzando el Ebro con la bandera enrollada encima del hombro y los surtidores de fuego.

Ahí los dos bandos demostraron valentía a raudales.

Los republicanos eran españoles también, también luchaban por España.

Los dos bandos fueron igual de valientes, exactamente igual.

Sin embargo, es curioso: conocemos pocos hechos heroicos de los republicanos, cuando hubo muchísimos.

No se han contado, y me duele.

¿Por qué los historiadores, en lugar de hablar de política, no nos cuentan la versión de los soldados, sus hechos heroicos, que hubo a raudales, igual que en el otro bando? Coño, no me habléis de Azaña, no me habléis de Largo Caballero, habladme de Pepito, de Juanito y de Menganito, que defendió no sé qué loma

él solo con cinco granadas y un palo.

En el bando republicano hubo cientos de hechos heroicos.

-¿Qué episodios del bando nacional pintaría?

-Hombre, hay un tema bonito que es el del alcázar de Toledo, un hecho heroico que dio la vuelta al mundo y una cosa muy española: defender, defender, defender.

Sería un cuadro bonito,

ése, con las ruinas del alcázar de fondo, y me gustaría mucho pintarlo, pero claro, pintas eso y te encasillan.

Pintas el Ebro y te encasillan.

Pintas cualquiera de las miles de batallas que hubo y te encasillan.

-¿Cree que vivirá para poder pintar esas escenas sin ser encasillado?

-No.

No.

Imposible.

Aunque a los chavales de hoy ya no les diga nada la guerra civil, y aunque en tiempos de guerras estelares hablar de guerras en blanco y negro con palos y bayonetas suene a chino, como si viniese mi abuelo y nos hablase de las guerras carlistas, la guerra civil sigue vendiendo, poner los muertos de la guerra civil encima de la mesa sigue vendiendo, y yo ya estoy muy aburrido de ese tema.

Muy, muy aburrido.

-Tampoco ha pintado nada de la Edad Media ni de la Edad Antigua, donde hay episodios míticos para el nacionalismo español como Numancia, Covadonga o Las Navas de Tolosa.

-Tengo previsto abordar esas

épocas próximamente.

He empezado a hacer mis pinitos con armaduras, y me gusta la temática.

Tengo ganas de pintar Las Navas de Tolosa.

Lo tengo en mente.

También me gustaría pintar a Don Pelayo en Covadonga.

Sería un cuadro precioso, y Don Pelayo es un personaje muy poco conocido.

Quizás lo sea más en tu tierra, pero en el resto de España suena el nombre pero no se sabe exactamente a qué corresponde.

Me gustaría pintar al Cid, la guerra contra los moros, que han sido siempre nuestros enemigos… El tema romano no me seduce tanto por el tema de la vestimenta, tanta carne… Me atraen más las armaduras y los uniformes más elaborados, y las

épocas con más documentación en la que bucear.

Pero sí, me gustaría pintar una Numancia, un Sagunto… Son temas bonitos que abordaré cualquier día de

éstos.

Y me pasará como con la marina, que empecé a abordar no hace tanto con

'Caza al amanecer': una vez entras, una vez coges el ritmo, te resulta fácil.

-Tampoco ha pintado nada de aviación.

-Me gustaría pintar algo de aviación, porque en la historia militar española ha tenido su importancia, pero donde más aviación hubo fue en la guerra civil.

Me gustaría pintar a García Morato, a los ratas, los Fockers…, pero volvemos a lo mismo:

¿qué bando escoges?

¿Quién combate? De todas maneras, también hubo aviación española en la segunda guerra mundial, con muy buenos pilotos fogueados en la guerra civil: Gavilán, por ejemplo, que tuvo diez victorias contra diez cazas.

Y también la hubo en la guerra del Rif, que me atrae aún más.

Si pintara aviación, pintaría eso: los inicios, la

época romántica de la aviación, cuando había un código de honor y los aviones salvaban vidas tirando hielo a la posición de Monte Arruit para dar de beber a los soldados sitiados.

Además los biplanos son muy bonitos.

Así que no descarto pintar aviación en el futuro.

-Otra laguna llamativa es el descubrimiento y la conquista de América, quizá la etapa de la historia de España más prolija en grandes gestas, llevadas a cabo además en paisajes de enorme belleza.

-Estoy en ello.

Tengo previsto para este año un cuadro importante de la conquista de América: una secuencia bonita de los tercios españoles defendiéndose con mosquetones de un ataque brutal de cientos de miles de indios en medio de un descampado en México.

El paisaje de México me interesa más que otros, porque no es tan selvático.

La escena será en una explanada con pocos

árboles.

-El Ejército actual era otra laguna hasta que le encargaron, y pintó, una patrulla de los soldados españoles actuales en Afganistán.

¿Volverá a pintar al Ejército de las

últimas cuatro décadas?

-Sí, sí, sí.

Creo que es importante, porque los españoles estamos haciendo muchas cosas fuera y tenemos muchas bajas.

En Afganistán hemos tenido más de cien.

Estas misiones

"de paz" entre comillas de paz no tienen nada: vamos a la guerra, y hay que dejar constancia.

La patrulla es un homenaje a todos esos soldados.

Está en el Museo del Ejército.

Fotografías hay cientos, pero había que pintar un cuadro para que se quedara en la pinacoteca.

Y sí, seguiré pintando.

-¿Sigue habiendo gestas militares hoy?

-Sí, sí, sí.

Hay cantidad de cruces rojas entregadas a soldados por actos de auténtica valentía, del tipo del soldado que va en busca del herido en medio de una lluvia de balas enemigas.

Lo que pasa es que en España tenemos la manía de no contar estas cosas, que jamás salen en la prensa.

¿Por qué no contamos esto?

¿Por qué no podemos contar tranquilamente lo que Fulano o Mengano hizo en tal combate, y que la gente se sienta orgullosa?

¿Qué pasa, está mal visto? Yo, ahora, estoy metido en el proyecto de un libro que le propuse hacer a un periodista y se titulará

'Cruces rojas', y en el que entrevistamos a varios soldados premiados con cruces rojas al valor: quiénes son, de dónde vienen, qué han hecho… Hay que hacerlo, la gente tiene que saber.

Hay historias espectaculares de soldados defendiéndose de ataques inverosímiles.

Los americanos las cuentan, nosotros no.

Yo, cuando leo que ha muerto un soldado y no me dan más información, siempre me pregunto lo mismo:

“¿Qué pasó?”.

Ah, un ataque, pues cuéntame el ataque, joder.

Siendo españoles, me imagino actos heroicos.

A un soldado le conceden una medalla y nadie sabe lo que ese hombre ha hecho.

Lo saben sus compañeros, lo sabrán sus hijos y sus nietos, y poco más.

¿Qué pasa con el resto?

¿No podemos saberlo?

¿No podemos sentirnos orgulloso de lo que ha hecho ese soldado?

-Supongo que esas historias se contradicen con la imagen que el Ejército trata de transmitir de sí mismo en los anuncios televisivos: una especie de oenegé repartidora de florecillas.

-Sí, sí, eso es algo que no me gusta nada.

Un soldado va a la guerra, no a repartir florecillas.

Para eso están las oenegés y los jardineros, no el Ejército.

El soldado es un hombre que va a luchar, a combatir, a dar su vida.

Eso sí, también a ayudar a la población civil.

A mí me consta que el Ejército español colabora con los civiles afganos, y que es muy querido.

Pero volvemos a lo mismo: nada de esto se sabe.

A mí me gustaría que cuando los soldados españoles fuesen a la guerra hubiese una despedida.

Yo he estado con los soldados españoles que regresan a casa desde Afganistán en el aeropuerto y no había allí nada más que cuatro familiares.

Se echaba de menos ver banderas, a la gente aplaudiendo… Habría que decir, no sé,

“vuelve el contingente español, concentración a tal hora para recibirlos”.

Los soldados deberían sentirse arropados cuando vuelven a casa después de varios meses pasándolas putas en medio del desierto de Don Nadie.

¿Por qué no hacemos eso que sí hacen otros países?

¿Por qué no tenemos un vídeo bonito como

ése que hicieron los americanos, en el que se ve a los soldados americanos llegando de Afganistán a un aeropuerto, y cómo mientras cruzan el control alguien empieza a aplaudir, y después le sigue otro, y al final todo el mundo aplaude? Son cosas bonitas.

¿Nosotros no somos capaces de hacer vídeos de

éstos?

-¿Cómo fue la elaboración de

'La patrulla'?

¿Quién se lo encargó?

-Me lo propusieron desde el Ejército de Tierra.

“¿Te animas a pintar un cuadro para nosotros?”, me dijeron, y yo dije:

“Sí, os lo pinto, pero os lo voy a donar, no tengo cojones de cobrar un cuadro así, me niego”.

Y me fui a Afganistán.

Si hubiese pintado un cuadro desde aquí, habría pintado un cuadro diferente.

Lo que vi allí fue que donde estaba el valor, donde estaba el riesgo, donde estaba el sacrificio, era en las patrullas.

Participé en una, estuve varios días con ellos viendo cómo actuaban, cómo soportaban el sol bajo kilos y kilos de protección, con chalecos que pesan un huevo… Yo creo que en las campañas de

África los soldados españoles no lo pasaban tan mal, porque en aquella

época iban con unas alpargatas, un fusil y poco más.

Nada que ver con cómo van ahora de cubiertos los soldados, pese a que las caminatas y el riesgo sean los mismos.

Cuando volví a España hice mi composición.

No hay una foto de la escena de ese cuadro, porque es una composición a partir de diferentes figuras, con la idea de que fuese la visión del oficial que mira hacia atrás.

-La escena escogida sorprendió en su momento.

Se esperaba una escena más propiamente bélica.

-Ya, pero es que la de Afganistán no es una guerra de trincheras, de combates abiertos, de

“¡venga, al ataque!”.

Es una guerra de sorpresas, de ataques furtivos, de un paisaje desolador, con muy pocas piedras en el suelo

—no sé por qué, yo creo que se las comen—, con montañas peladas, sin

árboles…

-¿Corrió peligro su vida en algún momento?

-No, en ningún momento.

Estaba todo bastante controlado.

Claro, podía ocurrir algo en cualquier momento, porque están en guerra, En Afganistán, en ningún momento corrió peligro mi vida, pero no lo pensé.

Ni aquí, ni cuando estuve con los americanos y los georgianos.

No hubo riesgo ninguno.

Hombre, podría haber pasado algo, porque al fin y al cabo es una guerra.

Podías toparte con una bomba en el camino y volar por los aires, pero era un riesgo pequeño.

Era mayor con los americanos, porque están en una zona más caliente en la que todos los días hay bajas.

-¿Cómo fue ese desconcertante encargo estadounidense-georgiano?

-Bueno, yo pertenezco a la International Society of War Artists, de la cual formamos parte sólo quince artistas en todo el mundo, entre los cuales el

único europeo soy yo.

Los georgianos habían visto mi trabajo y me llamaron preguntándome si me interesaba pintar para el ejército georgiano.

Yo no sabía que había soldados georgianos allá.

Resulta que son más de dos mil tíos, con cientos de bajas.

No me lo pensé dos veces: les dije que claro que sí, me fui allá y fue una experiencia particular.

Disfruté muchísimo.

-¿Ya ha hecho el cuadro correspondiente?

-No era para un cuadro, sino para 24 bocetos con los que van a recorrer todo el mundo, con la idea de promocionar su ejército a través del arte.

Se dieron cuenta de que el arte abría más puertas que fotografías y mil entrevistas.

Van a recorrer con mis bocetos la mayoría de capitales de la Alianza Atlántica con vistas a promocionar su entrada en la OTAN.

La exposición se presentó aquí en Valladolid el 21 de enero.

-Llama la atención el hecho de que sea el

único pintor europeo de la International Society of War Artists.

Indica que la pintura de guerra no sólo es rara en España, sino también en el resto de países de Europa.

-Sí.

Los miembros de la ISWA son australianos, canadienses, americanos e ingleses.

En Estados Unidos tienen dos o tres pintores de guerra oficiales, y hay un programa dedicado a ello.

A los americanos, a los canadienses y a los ingleses les interesa el arte porque llama a mucho más público que la fotografía.

Para ellos es marketing.

Por eso las fuerzas armadas de esos países tienen pintores oficiales de guerra.

-¿Cómo se le hizo el ofrecimiento de entrar en la ISWA?

-Me lo hizo Michael Fay, su presidente, a quien le gustaba muchísimo mi trabajo.

Para mí fue un gran honor, el mejor que podrían darme.

Para un pintor de batallas, pertenecer a la ISWA es lo máximo.

-¿Cuánto tiempo lleva en la ISWA?

-Dos años.

También tengo otros proyectos con otros países con los que estoy negociando para pintar sus guerras.

Hasta que no se aprueben oficialmente no puedo decir de qué se trata, pero es otro proyecto bonito.

En este aspecto soy un poco mercenario: si tengo que pintar chechenos, pinto chechenos; si tengo que pintar azerbaiyanos, pinto azerbaiyanos

(risas).

-Hace poco cumplía con otro encargo: una pintura ecuestre de Juan Carlos I.

Tardó mucho menos en terminarla que Antonio López su

'La familia real de Juan Carlos I'.

-Fue una propuesta, la de pintar al rey Juan Carlos, del Museo de la Guardia Real, en la idea de que había cuadros ecuestres de todos los reyes de la historia de España menos de Juan Carlos.

A mí me pareció que si había que pintar al Rey a caballo, había que pintarlo en la

época en que realmente montó a caballo, cuando era cadete de la Academia.

Yo no quería pintar al Rey como rey, con su corona y demás.

Creo que no hacerlo fue lo más acertado.

Un cuadro de un señor mayor a caballo es una cosa como muy imperialista.

También tengo previsto pintar de militar a su hijo, a Felipe.

-¿Qué le pareció el cuadro a Juan Carlos?

-Me consta que le gustó.

La verdad es que me quedó bonito.

El caballo es un caballo muy bonito.

Es un caballo que existe de verdad, en las cuadras de la Guardia Real.

Lo tomé como modelo, compré el uniforme de aquella

época, vestí a un jinete de allá con

él y tiré de fotos del Rey de cuando era cadete para plasmar bien la cara.

En aquella

época, Juan Carlos era muy agraciado.

-¿Cómo es el Rey en las distancias cortas?

-Un tío estupendo, un tío campechano, cercano, nada soberbio, nada prepotente, lo mismo que Felipe.

Así me lo ha parecido todas las veces que he estado con ellos.

Creo que tanto Juan Carlos como Felipe son gente muy preparada, que ha estudiado y que nos representa bien.

Creo que hacen un buen trabajo.

Por lo menos hablan idiomas, no como otros que no hablan ni inglés.

Es terrible que pueda representarnos fuera de España un señor que no hable inglés.

-Hay dos momentos muy significativos en ese sentido: Zapatero solo en una esquina mientras los asistentes a cierta cumbre de la OTAN hablan en corro y Rajoy diciéndole a Cameron

“it’s very difficult todo esto”.

-¡Es que hasta para ser jardinero te piden inglés! Yo no concibo que un hipotético presidente de la República española pueda ir por ahí sin saber ni idiomas, ni tener una presencia y unos modales básicos.

La monarquía nos podrá gustar más o menos, pero con ella sabemos que cuando el Rey va al extranjero quedamos bien; que es un representante digno.

-Hemos hablado de lagunas en su obra.

Las guerras carlistas son todo lo contrario: las ha cubierto con auténtica minuciosidad.

-Sí, me parecía importante.

Las guerras carlistas fueron un período muy largo de la historia de España, y uno muy olvidado.

Mucha gente no sabe lo que fueron las guerras carlistas, no tiene ni la más remota idea.

Fueron años y años de guerra civil con batallas espectaculares, cargas de caballería, cañonazos, cientos de miles de muertos, hechos gloriosos, una vestimenta muy bonita… Fueron, en general, unas guerras muy bonitas.

Crueles, pero muy vistosas.

Además, la iconografía carlista, con la boina roja y demás, tiene un punto romántico muy bonito, muy nuestro.

Los carlistas iban un poco de cualquier manera, algo así como los cosacos de la estepa, vestidos con lo que encontraban, pero nunca les faltaba la boina roja.

Eso permite mucha composición narrativa.

-Ha pintado pocos cuadros de Cuba y Filipinas.

-De Cuba he pintado alguno y voy a seguir pintando.

Tengo varios proyectos en marcha en este sentido, y concretamente uno muy bonito del que no voy a decir el título porque quiero que sea sorpresa, pero que fue una propuesta de Pérez-Reverte.

Cuando Arturo me propone algo, enseguida hablamos del tema.

Me da muchas ideas.

-¿Cómo sería su obra si no fuera amigo de Pérez-Reverte?

¿Qué cuadros nos habríamos perdido?

-Por lo pronto, el de Rocroi, que no sólo fue idea suya, sino que es suyo.

Jamás hubiera pintado ese cuadro sin Pérez-Reverte, como tampoco el del

'Glorioso' y otros muchos cuadros para los cuales

él me ha asesorado.

Sobre todo me da ideas de pequeños detalles: pon a este tío dándole un machetazo a este otro, pon totalmente ciego a este tuerto, etcétera.

Nos entendemos muy bien.

Siempre que tengo un cuadro importante le llamo para pedirle consejo.

Como nos gustan las mismas cosas, los mismos libros, las mismas películas de guerra… Los dos hemos visto prácticamente todas las que se han hecho en la historia del cine, y eso hace que podamos decir:

“Oye,

¿te acuerdas de la escena tal de la película cual?”.

Nos lo pasamos no bien, sino muy bien.

-Alguna vez ha contado que se conocieron en una exposición.

-Sí, en una exposición mía a la que vino porque quería conocerme y encargarme el cuadro de Rocroi.

Le gustaba mi pintura desde hacía tiempo y aprovechó la ocasión para conocerme.

En Arturo Pérez-Reverte encontré un alma gemela.

Somos muy amigos.

Con Arturo hubo feeling desde el principio, todo fue fluido desde el principio, como cuando te encuentras con un alma gemela.

Tengo muchísima amistad con

él.

-A la hora de decidir qué episodios pintar,

¿qué le hace decidirse por unos o por otros?

¿El simple gusto personal, o una especie de deber autoimpuesto de divulgador histórico?

-Hombre, repetir algo que ya he pintado me gusta menos.

Si es un hecho nuevo me gusta más, me estimula más.

No cubriré jamás toda la historia militar de España.

Ni diez vidas me bastarían para ello, así que no me gusta mucho repetirme.

Me gusta pensar que mi trabajo es dejar para la posteridad piezas sobre hechos importantes, reconstruir el pasado desde el arte.

-Fotografiar el pasado.

-Sí, exacto.

Nosotros no somos los americanos, que hacen películas sobre su pasado.

De hecho, nuestro cine no hace películas de esta temática.

No sé por qué, pero nunca toca el tema.

Nuestras

únicas maneras de reconstruir el pasado son la escritura y la pintura.

Fotografiar las escenas que muestro en mis cuadros sería muy caro, porque habría que buscar impedimenta, pagar extras, etcétera: un coste enorme.

Pintar un cuadro es más fácil.

No hay que comprar cientos de uniformes; basta con comprar uno.

Yo tengo mis armarios llenos de uniformes que encargo hacer a sastres dándoles fotografías o grabados de la

época.

Con ellos cojo a un tío, o me lo pongo yo mismo, y los uso de modelo para mis cuadros.

Hace poco me hice uno de cazador con todo: la guerrera, los pantalones tal cual los llevaban entonces, sin botas, con el llamado sistema Spencer de adjuntar a los pantalones un trozo de cuero que hacía de bota y que les permitía ir con alpargatas o zapatos debajo…

Y con las espadas lo mismo: tengo toda la colección de sables de la Academia Española, todas las

épocas.

Son mis herramientas de trabajo.

Cuando pinto un cuadro, me gusta que lo que salga en el cuadro sea lo que se llevaba.

En cuanto veo un error en una película histórica, automáticamente la considero mala, una mierda, y yo procuro no caer en esos errores.

No sólo en uniformes y demás, sino en detalles más pequeños, como por ejemplo que, si los soldados llevaban la ropa debajo de la silla de montar, la silla adquiría más volumen, y así tiene que aparecer.

-Imagino que en los museos de historia militar le darán todas las facilidades para acceder a sus piezas.

-Sí, me dejan tocarlas, fotografiarlas… Normalmente procuro comprar los objetos que necesito como modelo, pero si no lo consigo voy al museo.

Tengo amigos en

él y me dan todo lo que necesito.

-De todas formas, del pasado no se conoce todo.

¿No hay una parte más o menos grande que debe dejar a la imaginación?

-Sí, pero aún así no hago las cosas a boleo.

Si, por ejemplo, de determinada

época no se sabe cómo iban calzados los soldados, pero sí se sabe que las botas no eran fáciles de conseguir, pienso en las guerras carlistas, cuando algunos soldados iban con alpargatas o incluso descalzos y se ataban las espuelas a los tobillos, y me tomo la licencia de pensar que en esa otra

época harían lo mismo.

Procuro ponerme en el lugar de los soldados que represento, pensar como una persona de esa

época.

Otro problema es que no siempre la documentación de la

época dice la verdad: por mucho que en el grabado los soldados aparezcan perfectamente bien vestiditos, los soldados reales no iban así: llevaban el pantalón roto, o llevaban pantalones de distintos colores, unos blanco, otros gris y otros marrón, porque la guerra era muy larga y los suministros de uniformes no eran eficaces.

En mi cuadro de la batalla de San Marcial ves que cada uno va de su padre y de su madre, unos con los pantalones de un color y otros de otro, unos con unas botas y otros con otras.

El suministro no era bueno y tiraban de lo que encontraban.

¡Pero si es que en el servicio militar, cuando yo estuve, había soldados de marrón y soldados de verde! Yo hice la mili en el tránsito entre el uniforme garbanzo y el uniforme verde, y los que llegábamos nuevos

íbamos de verde, pero los veteranos iban de marrón.

Estábamos en el siglo XX; imagínate en esas otras

épocas en las que no había dinero para nada.

-¿Dónde hizo la mili?

-En Pamplona, en cazadores de montaña.

-¿Nunca le han advertido de un gazapo, o lo ha detectado usted mismo?

-Sí, claro.

Hay cosas que pintas y que resulta que luego sale documentación que demuestra que eso no era así.

Claro que sí.

No somos perfectos, y para cualquier cosa siempre hay alguien que sabe más que tú.

De todas formas, todos mis cuadros actuales están asesorados por gente muy preparada.

Ahora mismo prácticamente no tengo gazapos.

Si los hay son polémicos, no claros.

Me documento con gente de primer orden, personas reconocidas.

Y esas personas también pueden equivocarse, pero eso ya no es cosa mía.

-¿Cuál es su gesta militar preferida de la historia de España?

-Hostia, no sé, son tantas… Mira, una que me encanta, porque es muy nuestra, es los

Últimos de Filipinas.

Es una gesta muy española y muy poco conocida, una de las cosas más espectaculares y más quijotescas que han existido en la historia, no sólo en la española, sino en la del mundo entero: unos tíos que aguantan allá, que siguen aguantando aunque ya se haya rendido España porque no se lo creen, y que están allá montando ataque tras ataque y al final tienen que mandarles un periódico para decirles:

“¡Señor mío, que la guerra ya terminó hace tiempo!”, y salen medio desnudos y desharrapados, y los americanos les dan honores… Vamos, una cosa gloriosa.

Lo que pasa es que como tenemos tantos hechos gloriosos, no damos valor a

ése, pero para mí es algo espectacular.

-La historia recuerda a la de esos soldados japoneses que aparecían en medio de las selvas de Indochina y de las propias Filipinas treinta años después del final de la segunda guerra mundial, y que se negaban a rendirse si no iba poco menos que el mismísimo emperador en persona a ordenárselo.

-Pues igual, lo mismo.

Tuvieron que tirarles periódicos para decirles que la guerra se había acabado hacía un año.

Las guerras de Cuba tienen actos muy bonitos y muy heroicos también, que la gente no conoce porque perdimos la guerra deshonrosamente.

En Cuba fuimos grandes soldados pero perdimos la guerra.

Los españoles somos así.

Ganamos las batallas y perdemos las guerras.

-El comienzo de la guerra de Cuba fue también algo muy español, que ha sucedido muchas veces también en el fútbol: ir para allá pensando que se va a arrasar, que quiénes son esos nuevos ricos de Estados Unidos para hacerle sombra al glorioso ejército español, y volver vapuleados a los dos días.

-Somos un poco así, sí.

Pero es que los americanos iban con un potencial que nosotros no teníamos.

Fueron con todo.

Aquel fue el principio del imperio americano.

Allí empezaron a dominar el mundo.

-¿No le atrae la idea de pintar otros mitos no directamente militares del nacionalismo español, en la línea de cuadros míticos del historicismo decimonónico como

'El fusilamiento de Torrijos' de Gisbert,

'Los fusilamientos del 2 de mayo' de Goya o la

'Proclamación de la Constitución' de Viniegra?

-No me seduce de momento, no.

La verdad es que no me atrae.

Creo que el tema sociopolítico, fusilamientos, proclamaciones, etcétera, ya se ha pintado mucho.

Lo que no se ha plasmado son las puras batallas.

-¿Y pintar cuadros de batallas no españolas?

-Tengo propuestas de Estados Unidos y de otros países en este sentido.

Me lo estoy pensando y no lo descarto, pero ahora mismo quiero dedicar todo el tiempo que pueda a España.

-De hecho, ha pintado un cuadro no español: el del general Jackson y el ejército confederado.

-Sí, fue un encargo de un amigo, que en su momento me pareció bonito y dije

“pues venga, lo hago”.

Pero creo que es el

único cuadro extranjero que he pintado.

-¿Qué batallas no españolas le gustaría pintar?

-Uf, hay tantas… Mira, un cuadro que me gustaría mucho pintar es el retrato de las tropas inglesas después de la batalla de Balaklava, en Crimea.

Fue una carnicería, y me gustaría pintar el regreso, con los soldados mutilados, cojos, los caballos destartalados…

-¿Qué proyectos tiene en mente para el futuro inmediato?

-Tengo varios en ciernes.

Un cuadro que me apetece mucho pintar y pintaré en breve es

'Gálvez, la batalla de Pensacola', en la que España intentó, y consiguió, reconquistar Florida durante la guerra de independencia norteamericana.

Es un tema muy bonito y un encargo importante, y tengo previsto pintarlo pronto.

También quiero pintar algo de los Tercios que tengo pendiente y quiero acabar el libro del

'Glorioso' con una serie de bocetos y otro sobre todos los uniformes de la caballería española.

Estoy aún trabajando en ello, pero tengo ya muchos hechos y me falta poco para completar la lista entera.

-Su pintura tiene poco que ver con lo que se entiende por arte contemporáneo, donde la abstracción y el simbolismo son la norma.

¿Qué opinión le merece ese arte tan diferente del suyo?

-Pues la verdad es que no lo entiendo.

Yo siempre he dicho que, cuando voy al circo, pago para ver el triple salto mortal, no para ver a un tío columpiándose.

Valoro más el trabajo elaborado.

Quizás sea un inculto en arte, no lo sé.

A lo mejor no tengo capacidad intelectual suficiente para entender este tipo de arte.

-Forma parte del grupo de catalanes que emigró de Cataluña huyendo del nacionalismo catalán.

¿Tan asfixiante es el ambiente allí para un no independentista, o ese autoexilio es una manera de llamar la atención?

-No, yo cuando me marché de Cataluña no era tan famoso.

Me fui porque estaba hasta los mismísimos.

Me repele de manera desmedida el nacionalismo catalán, el gran negocio del nacionalismo catalán, cómo utilizan la mentira para enriquecerse, cómo hay una población de la calle que se lo ha creído.

El nacionalismo catalán no es violento, eso es cierto.

No es físicamente violento.

Es una cosa todavía peor: un generador de incomodidad permanente.

Hablar en español y que te contesten en catalán, la televisión mintiendo sobre la historia española todo el día, un victimismo barato constante, oír que España nos oprime, que España nos roba, que España se aprovecha de nosotros, cuando realmente España es el principal cliente de Cataluña… Mira, los nacionalistas hablan mucho del franquismo, pero quien más se benefició del franquismo fue Cataluña, la industria catalana, que apoyó al franquismo.

Cuando acabó la guerra civil, Franco podía haber puesto las fábricas donde le diese la gana.

El proteccionismo de Franco hacia Cataluña fue superior al del resto de España, y lo mismo para el País Vasco.

Cataluña necesita a España.

Por favor,

¿a qué estamos jugando? Yo quiero hablar en español y quiero que mi hijo se eduque en español, no quiero el catalán como una asignatura más.

Quiero vivir tranquilo y poder elegir, y si no me dejan elegir, me marcho.

Estoy voluntariamente exiliado.

-¿En qué cosas concretas se manifiesta esa asfixia cotidiana?

-Pues en que siempre que hablas con gente surge la política, y llega un momento en que te hartas de que te digan que España oprime y dices

“yo soy español” y te marchas de esa reunión a casa y ese señor que era tu amigo desde hacía diez años ahora ya no es tu amigo, sino un gilipollas.

Y si te hartas aún más, haces lo que hice yo y te vas de Cataluña a otro sitio en el que te dejen tranquilo y no tengas que demostrar tu españolidad a nadie, porque ser español sea lo normal.

Viniendo a Valladolid me quité un peso de encima.

-¿Tiene amigos nacionalistas?

-No.

No.

No.

No tengo ningún amigo nacionalista.

Es incompatible conmigo.

-¿Y familiares?

-Familiares sí, porque la familia Ferrer-Dalmau es grande y hay de todo.

Tengo primos y gente cercana que cojea de esto, pero como saben cómo soy ya no tocamos el tema.

-¿Va mucho a Cataluña?

-No.

Voy dos o tres veces al año, pero por motivos familiares, nada más.

-¿Por qué escogió Valladolid para establecerse?

-Porque tenía amigos aquí.

Mi editor es de aquí y es un gran amigo, y Valladolid me pareció una ciudad bonita, encantadora, con gente muy normal y muy sana, sin delincuencia y a dos pasos de Madrid.

Siempre me ha gustado el centro de España, los campos de Castilla, que son como un mar campestre, todo plano, sin

árboles.

Me gusta poder ver el horizonte sin que me lo tapen los

árboles.

Siempre he vivido rodeado de montañas y

árboles, y siempre me ha gustado mirar el mar, porque era el

único horizonte que tenía cerca.

Ahora puedo mirar el horizonte en el campo, y me encanta.

Y me encanta el frío, salir a la calle y que me dé en la cara.

Hay algo que no echo de menos de Cataluña y es el bochorno, la humedad, que es matadora tanto en verano como en invierno.

El clima estricto me gusta mucho más.

-¿Cuánto tiempo lleva viviendo en Valladolid?

-Cinco años.

-¿No echa de menos Barcelona?

-Sí, porque es una ciudad preciosa, eso es indiscutible.

Es una de las ciudades más bonitas de España y una ciudad muy bien concebida, muy cuadriculada, y con vistas al mar.

Pero Madrid me apasiona.

Es la capital más bonita que conozco.

He conocido muchas ciudades del mundo, pero me quedo con Madrid.

-No es una