Muchas gracias, Elur, por expresar de manera clara y directa lo que no se atreve a expresar el Manifiesto.

De redacción campanuda y enrevesada, el Manifiesto encierra unas intenciones que no acabo de entender muy bien.

Para empezar, no es una denuncia: las denuncias se hacen en los juzgados.

Un manifiesto es un manifiesto y una denuncia, una denuncia.

Lo de exigir en las oposiciones un dominio de la lengua cooficial no tiene remedio.

Como ya ha expresado Rogorn, a un funcionario se le ha de exigir el dominio de ambas lenguas.

¿De q modo podría, si no, atender a los administrados en cualquiera de las dos lenguas oficiales? Ya se puede poner Savater como quiera, pero esa exigencia es perfectamente constitucional.

En cuanto a suponer que por enseñar a los niños en la lengua minoritaria llegará el día en que nadie hablará castellano, es ciencia ficción: las autonomías pedáneas son muchas cosas, pero no tontas del todo.

Yo no sé si conoces el fenómeno del bilingüismo, muy estudiado por los especialistas y común en las fronteras geográficas entre dos lenguas.

Se da en el norte de México, en el sur de los USA, en el Quebec canadiense, en el sur de Francia, en Suiza, en muchas zonas del centro de Europa y en otros muchos sitios.

Supone competencia cotidiana en dos lenguas y capacidad para pasar automáticamente de una a otra.

Una habilidad natural y para la que los humanos estamos perfectamente preparados, igual q lo estamos para caminar sobre dos piernas, como ya expresaran los gramáticos generativos en su día.

Sólo exige entrenamiento.

Usar la habilidad.

En el norte de Cataluña, por ejemplo, hay trilingüismo

-que ya es la leche- y la gente es competente en español, francés y catalán, habilidad sorprendente para quién

-como yo- tiene dificultades para ser mínimamente competente en una sola lengua.

En cuanto a pedir perdón por llamar

‘lenguas minoritarias’ al gallego, catalán y vascuence, no lo hagas.

Son minoritarias.

Respecto al castellano, las habla muy poca gente

(aunque el catalán no tendrá menos hablantes que el sueco o el holandés, cosa que no sé a ciencia cierta y que digo a ojo, pero que es bastante posible).

Ahora, eso sí, que sean minoritarias no significa que no sean apasionantes, ricas y llenas de interés.

España es inexplicable sin ellas y perderlas, dejarlas morir, una inconsecuencia tan grave como dejar morir el Museo del Prado.

Y no exagero: es lo que pienso.

Sin el vascuence es inexplicable el castellano y sin Vasconia, Castilla entera.

Castilla es una creación de vascos.

Esta mixtificación es simplista, pero muy gráfica.

En su origen, el castellano no deja de ser un latín chapurreado por vascoparlantes incompetentes que, al ponerse a hablar latín, les sale un dialecto latino bastante duro y que mataba de reir, por cierto, a los demás hispanorromanos.

Después llegó el

árabe que empujó el castellano hasta ser lo que es hoy.

Sin el latín, el

árabe y el vascuence es imposible entender la rigueza lingüistica del castellano, su increíble variedad fonética y léxica.

En cuanto al catalán, es la cuarta pata de esa nación de naciones que es España, en afortunada expresión de no se quién y que, dejando de lado los aspectos políticos y estatales, incluiría a Portugal

(originalmente un feudo leonés, como la propia Castilla, muy ligado a Galicia y que en determinado momento siguió su propio camino).

Cataluña expresa a la vieja Hispania en catalán, otro dialecto del latín que en la baja edad media, como el castellano, se consolidó como lengua de cultura.

Y que en el XIX dio un romanticismo mucho más rico que el castellano y equiparable al de otras lenguas cultas de Europa.

Necesitamos el catalán y Cataluña para entender quiénes somos y seguir siéndolo.

Algún bestia decretó en el siglo XIX que España era Castilla y que no había más español que el castellano ni más idiosincrasia hispánica que la que se expresa en castellano altisonante y engolado.

Mentía, pero su impostura ganó adeptos.

Y aquellos barros trajeron estos lodos.

En cuanto al gallego

¿cómo dejar morir la lengua de Mendiño o Martín Codax? La que se enorgulleció de usar Alfonso X, el rey de las tres culturas? Gracias a Rosalía

(poeta mediocre en castellano pero universal en gallego) el gallego pasó la criba de la modernidad y aterrizó en el siglo XX lozano, rico y crecido.

Y aquí estamos, metidos en el siglo XXI con una lengua universal y con otras tres de enorme interés y larga tradición, deshaciéndosenos entre los dedos y condenadas a muerte sin sitio en el mundo.

¿Qué hacemos con esas otras tres lenguas?

¿Las mimamos lo mismo que mimamos el Museo del Prado o la Catedral de León para no perder una parte de lo que somos?

¿O las dejamos morir y con ellas todo ese patrimonio español

-que no castellano- que late vivo y denso detrás del gallego, del vascuence y del catalán?

¡No! Salvemos a Rosalía, a Celso Emilio, a Josep Plá, a Mosen Verdaguer y a nuestros tatarabuelos que en las montañas riojanas, ciegos de vino, se lanzaron hace mil años a la osada aventura de escribir en castellano y en vasco.

Salvarlas es exactamente lo mismo que salvar Numancia.

Yo propongo que enseñemos esas rarezas a los niños, lo mismo que les enseñamos otras glorias hispánicas, y se las exijamos a los funcionarios y hagamos de ellas estandarte orgulloso de lo que somos y de lo que llegaremos a ser.

Con esfuerzo, tesón y sacrificio.

Superando dificultades con la colaboración de todos y con las particulares genialidades de cada uno.

Como Mari Paz Padilla.

Un gran equipo.

Una gran selección.

Viva España.

Completa.
