Hola chicos.

¿Es que estáis tan ocupados leyendo los mensajes de los foros que os habéis olvidado de leer libros? Quiero recordaros un pasaje evocador, una reflexión de

Íñigo tras la emboscada que le prepara Angélica en la Alameda de Hércules en el capítulo

"el desafío" de

"El oro del rey"

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.Han pasado muchos años desde entonces.

Con el tiempo, cada vez que vuelvo a Sevilla encamino mis pasos a aquella alameda

-que permanece igual a como la conocí-,y allí me dejo, una y otra vez, envolver por los recuerdos.

Hay lugares que marcan la geografía de la vida de un hombre; y

ése fue uno de ellos, como lo fueron el portillo de la

Ánimas, las cárceles de Toledo, las llanuras de Breda o los campos de Rocroi.

Entre todos, la Alameda de Hércules ocupa un lugar especial.

Sin advertirlo, yo había cuajado en Flandes; pero no lo supe hasta aquella noche, en Sevilla, cuando me vi solo frente al italiano y sus esbirros, empuñando una espada.

Angélica de Alquézar y Gualterio Malatesta, sin proponérselo, me hicieron la merced de que tomara conciencia de eso.

Y de tal modo aprendí que es fácil batirse cuando están cerca los camaradas, o cuando te observan los ojos de la mujer a la que amas, dándote vigor y coraje.

Lo difícil es pelear solo en la oscuridad, sin más testigo que tu honra y tu conciencia.

Sin premio y sin esperanza.

Ha sido un largo camino, pardiez.

Todos los personajes de esta historia, el capitán, Quevedo, Gualterio Malatesta, Angélica de Alquézar, murieron hace mucho; Y sólo en estas páginas puedo hacerlos vivir de nuevo, recobrándolos tal como fueron.

Sus sombras, entrañables unas y detestadas otras, permanecen intactas en mi memoria, con aquella

época bronca, violenta y fascinante que para mí será siempre la España de mi mocedad, y la España del capitán Alatriste.

Ahora tengo el pelo gris, y una memoria tan agridulce como lo es toda memoria lúcida, y comparto el singular cansancio que todos ellos parecían arrastrar consigo.

Con el paso de los años aprendí yo también que la lucidez se paga con la desesperanza, y que la vida del español fue siempre un lento camino hacia ninguna parte.

Recorriendo mi espacio de ese camino perdí muchas cosas, y gané otras.

Ahora, en este viaje que para mí sigue siendo interminable

-a veces rozo la sospecha de que

Íñigo de Balboa no morirá nunca-, poseo la resignación de los recuerdos y los silencios.

Y al fin comprendo por qué todos los héroes que admiré en aquel tiempo eran héroes cansados.

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¿No os parece un precioso párrafo como conclusión?