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‘El Asedio’.
Diario de Lectura.

Tercer día.
Lunes, 8 de marzo.

Capítulos 2, 3 y 4.


Figuras en un paisaje


Así se titulaba una rara película que Joseph Losey, empujado por la

‘caza de brujas’, realizó en la Gran Bretaña de 1970.

La protagonizaban un joven Malcolm McDowell

(anterior a Kubrick y a la

‘Naranja Mecánica’) y Robert Shaw.

Trataba de dos fulanos sin nombre que huían a través del paisaje acosados por un helicóptero inmisericorde.

No se sabía el porqué de tanta saña ni quienes eran los dos propios y ni siquiera quién enviaba el helicóptero.

El título de la película, eso sí, anunciaba a los espectadores necesitados de situar históricamente la acción que, en realidad, sólo se trataba de unos insectos perdidos en un cuadro.

Figuras en un paisaje, o sea.

Y eso sólo a los espectadores angloparlantes e hispanoamericanos porque en nuestra España, el genio comercial patrio bautizó la peli con un obvio y horrendo

‘Caza humana’ en vez de limitarse a traducir honrada y cabalmente el original

‘Figures in a landscape’.

Lo que unido a la edulcorada y roma planicie del doblaje

-que mataba cualquier posible matiz incorporado al diálogo por la interpretación de dos

‘mostruos’ dirigidos por otro

‘mostruo’- convertía aquello en un espanto inclasificable, incomprensible y sin pies ni cabeza.

No es que

‘El asedio’ me esté evocando por similitud aquella peli, pero sí que me trae su título a la memoria.

Porque de eso va esta novela: de figuras que con sus idas y venidas en el marco de un paisaje dibujan un país en el sentido más catalán de la palabra: un lugar, una comarca, un espacio habitado.

La clara, inmensa y luminosa Bahía de Cádiz, uno de los lugares más bellos, ricos y sugestivos del mundo.

Dejémoslo claro: en contra de lo que viene anunciando la catarata marketiniana del perfectamente enloquecido lanzamiento mediático

(que será muy profesional, eficaz y todo lo que tú quieras, pero que también es perfectamente atorrante), la nueva novela de Pérez-Reverte no va de Rogelio Tizón tratando de resolver unos crímenes ni del capitán Simon Desfosseaux tratando de meter unos honestos zambombazos en pleno centro de Cádiz ni de doña Lolita Palma tratando a secas ni de la circunstancia particular de Pepe Lobo ni de la del salinero ni de la del cartógrafo ni de la del taxidermista ni de la de la hija del salinero, que casualmente trabaja en el servicio doméstico de doña Lolita Palma.

No, no, no.

El protagonista de

‘El asedio’ es el mismo Cádiz, hombre, por dios bendito.

Sí: de lo que trata

‘El asedio’ es de la Bahía de Cádiz en un momento y en una circunstancia bien concretos que nada tienen que ver con la Historia, es decir, con la

‘seña’ Clío

(como nos enseñó a llamarla don Benito con absoluta confianza) sino con una particular y literaria Bahía de Cádiz que tejen los distintos personajes solidariamente y a la vez: como abejas encadenadas a una colmena de la que no pueden escapar, que les condiciona y a la que, a su vez, condicionan también con su quehacer.

Es lo mismo, en cierto modo, que hacen los personajes de Jack London cuando trenzan

‘SU’ bahía de San Francisco viajando entre una cala y otra.

O Miguel Strogoff cuando traza su destino y un camino

(peligrosos e inciertos ambos) entre Moscú e Irkoutsk a través de los Urales.

O Sherlock Holmes cuando levanta con sus tareas un Londres fabuloso y finisecular que realmente sólo ha existido en la imaginación de Conan Doyle.

O los Buendía soñando Macondo a lo largo de los míticos cien años de soledad.

O Montescos y Capuletos en una Verona supuesta y que son capaces de crear sin más recurso ni andamiaje que sus disputas.

Lo mismo que el Numa con Región al caminar sin descanso por la imaginación ingenieril y geológica de don Juan Benet, o don Quijote con su Mancha, o Mr Witt con el Cantón Independiente.

O Fortunata, Jacintita y tantos otros con el denominado

‘Madrid Galdosiano’, que tanto juego da al Excelentísimo Ayuntamiento de la Capital de España.

O, ya que estamos, Tizón, Desfosseaux, doña Lolita Palma, Pepe Lobo y toda la compaña, con

‘SU’ delicioso Cádiz asediado de 1811 poblado de moños, rodetes, bucles, tirabuzones, un telescopio acromático Dollond y, sobre todo, brutales obuses de diez pulgadas.

Figuras en un paisaje que ellos levantan minuciosamente y recrean detalle a detalle como los niños levantan y recrean

'SU' belén.

Con ríos de papel de plata, montañas de corcho y cielos pintados.

A su imagen y semejanza.

Y dicho esto, a ver si Cienfue me aclara, por favor, que tiene que ver esto de

‘El asedio’ con

‘El pintor de batallas’ porque es que estoi que no vivo desde que se lo he leído.

O me he perdido algo o Cienfue tiene un sexto sentido del que yo carezco y que le permite ver lo que a mí me está vedado

(que no lo descarto).


Indio no comprender