María José Barroso en

'La Nueva España':

"El talón de Aquiles del escritor

[Arturo Pérez-Reverte]

es cierto machismo trasnochado, aunque por sus novelas desfilen mujeres poderosas como

“La Reina del Sur”.

Un machismo como concepto enfrentado al feminismo, propio del seductor que no valora a mujeres reales porque aspira a mujeres ideales, adornadas con los mayores encantos y virtudes, elevadas sobre tacones de aguja,

-cuanto más altos mejor-, para que, cuando el bastión caiga, aumente la proeza del conquistador.

"

Pues vamos a acudir a las fuentes, a ver qué tipo de taconeo encontramos:

Julia, la restauradora de

'La tabla de Flandes', viste

"zapatos de tacón bajo y cazadora de piel sobre la falda tableada color castaño" y luego

"calzado sin tacón tipo mocasín, tejanos y una cazadora deportiva, de gamuza, con un pañuelo de seda en torno al cuello".

Los tacones altos, que si lo son demasiado es señal de mal gusto, solo aparecen en esta novela en el personaje de la excesiva galerista Menchu Roch:

"Los tacones de Menchu

—zapatos cosidos a mano, carísimos, pero dos centímetros más altos de lo preciso— dejaban dolorosas marcas en la moqueta beige".

En

'El club Dumas' Liana Taillefer, rubia a lo Kim Novak,

"era bastante más alta que Corso, a pesar de que calzaba tacón bajo".

En

'La carta esférica' Tánger Soto

"iba vestida con chaqueta de ante, falda oscura y zapatos de tacón bajo" y luego

"sobre la camisa un chaleco de lana gris, desabotonado, y bajo la falda, amplia y oscura, zapatos negros de tacón muy bajo y medias también negras que la hacían parecer aún más delgada y alta de lo que era".

En esa misma novela los

únicos tacones altos que aparecen son los de una secretaria de Nino Palermo, burlonamente descrita como

"ahora vestida de oscuro, falda corta, piernas visibles hasta medio muslo y modosamente juntas en las rodillas, inclinadas en línea oblicua hacia un lado, con zapatos de tacón alto.

Manual de la perfecta secretaria en velada con el jefe, sección indumentaria, página cinco".

En cuanto a

'La Reina del Sur', los tacones altos, sobre todo combinados con vaqueros ajustados, son imagen más de novia hortera de narco que de señora elegante:

"Brenda era una chava menuda, muy habladora, de bonitos ojos marrones, que llevaba en el tobillo derecho una cadena de oro con las iniciales de su hombre.

Habían ido muchas veces juntas de compras por Culiacán, pantalones de piel muy ceñidos, uñas decoradas, tacones bien altos, Guess Jeans, Calvin Klein, Carolina Herrera.

.

.

"(Teresa Mendoza) no era gran cosa, más bien menudilla, pero cuando se arreglaba quedaba aparente.

(.

.

.

) Un poco hortera de indumento, al estilo de las chavalas de los del hachís y el tabaco, aunque menos aparatosa: pantalones muy ceñidos, camisetas, tacones altos y todo eso.

Arreglá pero informal".

Luego,

"estuvo un rato mirándola de lejos, con la Mahou en la mano, intentando relacionar a la joven que

él conocía, la mejicanita eficiente y discreta detrás del mostrador, con aquella otra vestida con tejanos, zapatos de tacón muy alto y una chaqueta de cuero, el pelo con la raya en medio, liso y tirante hacia atrás para recogerse en la nuca a la manera de su tierra, que conversaba con el hombre sentado junto a ella a la sombra de la muralla.

Una vez más pensó que no era especialmente bonita sino del montón".

Y por supuesto, nada de antes muerta que sencilla:

"Recorrió tres cuadras sin mirar atrás.

Ni modo.

Los tacones que llevaba eran demasiado altos, y comprendió que iba a torcerse un tobillo si de pronto echaba a correr.

Se los quitó, guardándolos en la bolsa, y descalza dobló a la derecha en la siguiente esquina, hasta desembocar en la calle Juárez".

Más adelante los tacones se usan como instrumento de trabajo:

"Estaba seguro de que el gallego tenía que ver con las recientes e insólitas peticiones de Teresa de asistir a algunas de las fiestas privadas que Dris Larbi organizaba a uno y otro lado de la frontera.

Quiero ir, propuso ella sin más explicaciones; y

él, sorprendido, no pudo ni quiso negarse.

Vale, de acuerdo, por qué no.

El caso es que allí había estado, en efecto, ver para creer, la misma que en el Yamila iba de estrecha y de seria detrás de la barra, muy arreglada ahora y con mucho maquillaje y bien guapa, con aquel mismo peinado de raya en medio muy tirante hacia atrás y un vestido negro de falda corta, escotado, de esos que se pegan a un cuerpo que no estaba mal, y sobre el tacón alto unas piernas

-nunca antes Dris Larbi la había visto así- en realidad bastante potables.

Vestida para matar, pensó el rifeño la primera vez, cuando la recogió con un par de coches y cuatro chicas europeas para llevarla al otro lado de la frontera, más allá de Mar Chica, a un chalet de lujo".

Por su parte, Pati O'Farrell, la de la buena crianza de hace generaciones, sabe cuándo usar tacones y cuándo no:

"Estaban sentadas bajo las parras del porche, en butacas de madera con almohadones de lino, una copa en la mano y mirando a la gente que se movía alrededor.

Todo muy acorde, decidió Teresa, con el lugar y con los autos de la puerta.

Al principio había estado preocupada por sus liváis y sus zapatos de tacón y su blusa sencilla, en especial cuando al llegar algunos la miraron raro; pero Pati O'Farrell

-un vestido de algodón malva, lindas sandalias de cuero repujado, el pelo rubio tan corto como de costumbre- la tranquilizó.

Aquí cada cual viste como le sale, dijo.

Y así estás muy bien".

Otro día,

"se fueron las dos a Jerez, vestida Teresa de señora para la ocasión, chaqueta y falda gris con zapatos negros de tacón, el pelo recogido en la nuca y la raya en medio, dos sencillos aros de plata como pendientes".

"(Pati) había dejado la copa vacía en una mesa y se alejaba, camino del bar: tacón alto, espalda escotada hasta la cintura, en contraste con el vestido negro que llevaba Teresa, con el

único adorno de unos pendientes

-pequeñas perlas sencillas- y el semanario de plata".

Esta imagen de mujer que sabe vestir lo adecuado en cada momento, y vestirlo bien, queda aumentada y mejorada en la Mecha Inzunza de

'El tango de la Guardia Vieja': en la cubierta del transatlántico

"vestía de corte deportivo, falda plisada y jumper de lana a rayas.

Los zapatos eran de tacón bajo, y le ovalaba el rostro inclinado sobre un libro el ala corta, acampanada, de un sombrero de paja tagal".

Cuando Max abre su armario encuentra

"dos maletas Vuitton muy usadas; y abajo, ropa dispuesta en perchas, estantes y cajones: una chaqueta de ante, vestidos y faldas de tonos oscuros, blusas de seda o algodón, rebecas de punto, pañuelos franceses de seda fina, zapatos ingleses e italianos buenos y cómodos, con poco tacón o suela plana".

De noche, y para bailar tango,

"Max apreció de nuevo, complacido, el tacto de su piel desnuda bajo el raso del vestido largo hasta los zapatos de tacón alto, que al moverse al compás de la música moldeaba las líneas de su cuerpo, tan próximas entre las manos profesionales, y no siempre indiferentes, del bailarín mundano".

Más adelante,

"a la luz del farol cercano vio que Mecha Inzunza se recogía el chal de seda sobre los hombros mientras miraba alrededor, impasible.

Iba sin sombrero ni joyas, con un vestido claro de tarde, tacón mediano y guantes blancos largos hasta los codos".

En otros momentos de la novela se la ve de la misma forma, estudiada en su indumentaria según la ocasión:

"Merced a los tacones altos que realzaban el vestido de noche, su rostro quedaba a la misma altura que el de Max".

"Esbelta, tranquila, caminando firme sobre tacones altos en el suave balanceo de la nave, su cuerpo imprimía líneas rectas y prolongadas, casi interminables, a un vestido verde jade largo y ligero

—al menos cinco mil francos en París, rue de la Paix, calculó Max con ojo experto— que desnudaba sus brazos, hombros y espalda hasta la cintura, con un solo tirante sutil bajo la nuca que el cabello corto descubría de modo encantador.

Admirado, Max llegó a una doble conclusión.

Aquélla era una de esas mujeres que se veían elegantes a la primera mirada y hermosas en la segunda.

También pertenecía a cierta clase de señoras nacidas para llevar, como si formasen parte de su piel, vestidos como

ése".

"Ella se había puesto una capa de piel de zorro gris, llevaba en las manos un pequeño bolso de lamé, estaba sola y se dirigía hacia una de las cubiertas de paseo; y Max admiró, de un rápido vistazo, la seguridad con que caminaba con tacones pese al balanceo, pues incluso el piso de un barco grande como aquél adquiría una incómoda cualidad tridimensional con marejada".

"Caminaba segura sobre tacones pese al suelo húmedo, las manos en los bolsillos de un impermeable gris de cinturón muy ceñido que le acentuaba la esbeltez del talle.

Recogido el cabello en una boina negra".

En

'El francotirador paciente' Lex Varela conoce a una belleza italiana que

"era más alta que yo, aunque calzaba sandalias sin tacón, y realmente hermosa de rostro y formas.

Un magnífico ejemplar de su raza y de su casta.

Llevaba un vestido ligero de tonos claros que le descubría los brazos desde los hombros y las piernas desde las rodillas, y se ajustaba suavemente a sus caderas

—más bien anchas, observé— cuando se movía por la habitación.

Llevaba barniz en las uñas, pero sus manos no estaban cuidadas.

Por lo demás, las maneras eran tranquilas, sin afectación.

Transmitía una apacible serenidad que parecía irradiar de los ojos, muy claros incluso cuando la luz no daba directamente en su rostro.

Aunque ahora parecían sombríos".

Y finalmente, la imagen más definitiva quizá sea esta del poco conocido relato

'La pasajera del San Carlos':

"A ella la vi subir al barco en Cádiz.

Recorrió la escala real, cinco metros de plancha inestable vibrando bajo sus tacones altos, como sólo una de cada cien mujeres sabe hacerlo: con seguro balanceo de piernas y caderas, leve como un soplo, con la brisa cómplice haciendo ondear la falda de su vestido blanco.

Todo en ella parecía dorado: el cabello, las pestañas, la piel.

Martín, mi tercero, que por aquel entonces era aún demasiado joven y demasiado impresionable, alargó una mano para ayudarla a pisar cubierta y ella se lo agradeció con una mirada azul que lo hizo enrojecer.

Una mirada de esas por las que un hombre de los de antes era capaz de hacerse matar en el acto".

Así que cada vez que se lea un artículo de Pérez-Reverte donde se mencionen los tacones, estaría bien tener esto en mente: lo de que cuanto más altos mejor es una cosa que quién sabe de dónde ha salido

(como el caballo de San Pablo o la manzana de Adán y Eva, que vayan a buscarlos en la Biblia a ver si los encuentran), y que la clave es que si no sabes, pa qué te metes.
