Firmas Invitadas

- Edición Nº 196
Semana del 12/2/2005
Figurones y opinión pública

Ignacio San Miguel

Ha resultado llamativa la reacción de Arturo Pérez- Reverte, plasmada en su página de El Semanal, ante el comentario de Francisco Umbral sobre su falta de estilo.

Umbral se limitó a decir eso, es decir, que Pérez Reverte no tenía estilo, pero el aludido ha dedicado toda una página al tema, rociando a Umbral de injurias y juicios negativos, de los que sale convertido en algo así como una piltrafa humana agusanada.

Los escritores suelen tener el ego hipertrofiado, lo que, aparte de impedirles conocerse a sí mismos de forma ecuánime, les impele a sustentar con los colegas odios y envidias que a veces ni se preocupan de disimular.

Umbral, de cuya bajeza moral no dudo, se divierte en ocasiones lanzando algún dardo contra ese voluminoso ego de sus compañeros, comparable al suyo propio; y es curioso lo mucho que encoleriza este hombre.

Recuerdo otro artículo de hace años de otro escritor

(aunque no sé si se le puede calificar así a José Luis de Villalonga) en que este señor, marqués de… no recuerdo qué, bramaba contra Umbral, tratándole también de detrito humano, y haciendo hincapié

(cuatro o cinco veces por lo menos) en que era hijo de una portera de Valladolid.

Esta filiación debía de parecer al marqués de Nosequé el colmo de la desvergüenza y la osadía, cuando no la bajeza más tremenda, puesto que la aireaba tan repetidamente en su escrito, como diciendo:

¿Pero os dáis cuenta de quién es este individuo?

¿Pero os dáis cuenta? Creo que terminaba el artículo declarando que si veía a Umbral por la calle le rompería la cara.

Luego manifestaba sus dudas, no fuera que se infectara al entrar en contacto con carne tan enfermiza.

Villalonga siempre se ha dedicado al chismorreo bajuno, haciendo objeto del mismo a su propia familia.

Tanto es así que resulta contradictorio que manifieste su horror ante la condición de la madre de Umbral y se dedique a estas actividades que muchos calificarían de porteriles.

Trabajó en papeles muy secundarios en diversas películas, destacando por su sosera increíble.

Puede considerarse como el actor más soso de la historia del cine.

Uno se pregunta cómo un hombre tan soso pueda tener tanto veneno dentro.

Pero son caprichos de la Naturaleza.

Arturo Pérez-Reverte comete otro error citando a Jimmy Gimenez Arnau, quien escribió de Umbral:

“Padece cáncer de alma”.

Que Giménez Arnau se refiera a Umbral en estos términos, suscita la irrisión más extrema.

Es como si una prostituta criticase la lascivia de alguien.

Una gran necedad.

Pérez-Reverte no debería haber recurrido a este personaje.

Al hacerlo asi, ha perdido bastantes puntos.

Dice también que ha manifestado desprecio por escritores como Aldecoa, Gironella o Cela, cuando eran ancianos o habían ya fallecido, lo cual es cierto

(en realidad, todo lo que manifiesta en su artículo corresponde a la realidad), y añade que esto resulta sangrante en relación con Cela, pues a su sombra medró mucho.

No sé si fue mucho lo que medró, pero en la obra que le dedicó dice algunas verdades.

Juzga a Cela como hombre de palabras más que de ideas; y hombre de anécdotas más que de historias.

Y esto es una gran verdad.

(Podía haber añadido que era hombre de una sola obra:

”Pascual Duarte”).

Lo clásico de Cela era contar chascarrillos soeces.

Sentía una atracción envencible por lo soez.

Era basto como un caballo y no era posible sacar de

él algún razonamiento algo extenso acerca de nada.

Una vez le preguntaron en la televisión qué opinaba del hambre en el mundo y bufó:

¡Una vergüenza!

¡Una vergüenza!.

No alcanzó a decir nada más.

Cualquier quídam se hubiera extendido un poco más sobre el tema.

Y así ocurría siempre con

él.

Inevitablemente, su sentido del humor estaba penetrado de gamberrismo y grosería.

Es famosa su ingeniosa ocurrencia de sumergirse, vestido de etiqueta, en un estanque, en el transcurso de una fiesta, no sé si celebrada en su honor, aunque esto es lo de menos.

¿Y qué decir de la penetrante sutileza con que contestó a un compañero de la Real Academia de la Lengua que, en la celebración de un acto, le despertó, advirtiéndole que estaba dormido?

¿Habré de repetir su fabulosa chanza?

¿Para qué, si todo el mundo la conoce? Hay gente que todavía se está riendo, creyendo de buena fe que Cela estuvo gracioso.

Por mi parte, no quiero tener la responsabilidad de que alguien, ignorante de este momento estelar de Cela, pueda morir de un ataque de risa al revelárselo yo.

No recuerdo más que estas dos rasgos de humor, pero creo que son suficientes para definir a este hombre como cualquier cosa menos refinado.

Su sentido del humor era, en efecto, escaso y caballuno.

Gran erudito de lo chocarrero, solía estar rodeado de una cohorte servil, en la que abundaban las carcajadas estrepitosas y se repetían constantemente las palabras

“puta” y

“cojones”.

A lo que dicen, era también bastante aficionado a los eructos y las ventosidades.

Es natural que un hombre de esta idiosincrasia, al preguntarle su opinión sobre San Juan de la Cruz, contestase:

“Era una mocita histérica”.

¿No es la respuesta adecuada en un gamberrote tan macho?

Lo que unía a Cela con Umbral era su común obsesión por cuestiones sexuales.

Es cierto lo que dice Pérez-Reverte acerca del turbio sexo que impregna las obras de Umbral.

Yo he leído algún trozo verdaderamente odioso en que compara actos sexuales degenerativos con la Sagrada Comunión.

Pero Cela no le iba a la zaga.

En uno de sus literariamente mediocres artículos

(y supongo que en más de uno, pero no lo sé, porque, como buen lector, no tengo por costumbre leer a Cela), se muestra tan furiosa y degeneradamente lascivo que uno llega a pensar en la demencia.

Y no es broma, porque cuando escribió tal artículo puede que estuviera ya afectado por la demencia senil.

En resumen, estos figurones se dedican a husmear en las debilidades ajenas, pero no se conocen a sí mismos.

Es lo que le ocurría a Pío Baroja, que decía de José María Salaverría que era el hombre más mezquino que había conocido.

Pero es que no se conocía a sí mismo.

No se avergüenzan de exhibir sus rencores, sus odios, sus venganzas.

Siendo esto así, habrán de convenir en que los escribidores sin pretensiones tenemos el perfecto derecho de juzgarlos con la severidad adecuada y manifestar la deplorable opinión que nos merecen.

En representación, además, de un sector de la población que abomina de ellos, pero que carece del vehículo adecuado para manifestar públicamente su opinión.

Pérez-Reverte se atiene a la verdad en su artículo.

Lo criticable en

él es que haya entrado al trapo, no se sabe si por ingenuidad o por ganas de lucimiento.

Sería una lástima que se hubiese desviado de la senda del escritor serio para recalar en el campo de las polémicas estridentes y el pavoneo inútil.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?Id=2667

Tela con la paginita.

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¿Y qué decir de la penetrante sutileza con que contestó a un compañero de la Real Academia de la Lengua que, en la celebración de un acto, le despertó, advirtiéndole que estaba dormido?

¿Habré de repetir su fabulosa chanza?

¿Para qué, si todo el mundo la conoce?


Yo no.
