Vamos a comenzar con las introducciones cada personaje, asi que esperad a vuestro turno.

Gracias

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-Siglo de Oro-


"Juegos bizantinos"



3 de Abril de 1621.

Meson Lardy, Madrid, Villa y Corte.

Don Luis Martínez y Sánchez hacía tiempo que había despachado un plato de migas con chorizo y una buena jarra de valdepeñas y ahora se encontraba con el sombrero sobre la mesa, con los primeros botones del jubón desabrochados y las piernas estiradas.

Observaba, como siempre, a los parroquianos del lugar.

Era, sin embargo, un lugar elegante, el mejor y más caro mesón de Madrid, con justa fama entre los viajeros de postín.

Reconoció con ojo plático a tal o cual gentilhombre o cortesano, un par de pisaverdes sin oficio ni artificio, y unos extranjeros, posiblemente valones, que venían a la corte a informar, solicitar o lo que fuese.

Mirando a los guardias de la puerta

(pues no en vano era uno de los sitios más seguros de la corte), recordó como consiguió la vara de alguacil que cargaba al cinto.

El barro, la pólvora, la sangre, el horror y la honra en Flandes.

Hacía mucho tiempo de eso, quizá demasiado, y el memorial que escribió, junto a un par de favores a escribanos y otras gentes de la administración, le habían llevado a ser lo que era.

No era mala vida resumió, objetivo, apurando la segunda jarra de vino.

El sueldo era fijo y el cargo importante, aunque tuviera sus gajes y pesadumbres, sobretodo cuando los detenidos se empeñaban en tirar de tizona.

Pero, en

él, eso de la tizona no era raro, pues era hombre de poca paciencia con los malechores, arreglando siempre la fragancia del delito a estocadas.

Una figura barbuda y fiera se sentó, sin mediar más palabra, a su lado.

Por el olor y el sonido a hierro, no le bastó más que una mirada de reojo para reconocer al teniente de alguaciles, Martín Saldaña, un tipo fiero y peligroso, veterano como

él, que se rumoreaba había conseguiado el cargo por las amistades de su mujer, aunque eso fuera tema tabú, y más delante del mentado

(había matado a uno o dos tipos por poner en entredicho la pureza sexual de su legítima).

Como superior de Luis, pidió este algo de condumio y materia líquida para agasajar al mayoral.

Vino el posadero, sirvió la jarra y hubo un silencio, y las miradas se cruzaron, viejas y veteranas.

-Tengo un encargo para ti, algo personal, extraoficial-dijo Saldaña, remojándose los labios con el vino.

-Dadme cuartelillo, jefe, aún me duelen las piernas con los festejos.

Los festejos no eran otra cosa que el sarao en honor al nuevo rey, don Felipe IV, después del luto y exequias de su padre.

Corridas de toros, comedias, juegos de cañas y otras diversiones en las que florecieron, a partes iguales, los pícaros y malandrines que metían mano en la bolsa ajena y que era necesario perseguir.

De ahí lo del cansancio de piernas.

Rió Saldaña, bonachón, apoyando su gran mano sobre la mesa.

Luego miró a Martínez, mientras le servían un humeante plato de callos.

-¿Conocéis al conde de Guadalmedina? Ese jovenzuelo llamado

Álvaro de la Marca, que en poco ha salido a su difunto padre.

-Algo me suena- repuso Luis- Me han dicho que el nuevo rey lo tiene en gran estima.

-Ya sabéis lo que pasa con los grandes de España.

Unos caen, otros suben, pero parece que este joven tiene una buena temporada de favores reales a la vuelta de la esquina.

-¿Y que sucede con el mentado conde?- repuso el hidalgo, molesto por tanto rodeo.

Saldaña miró derredor, cerciorándose de que nadie miraba o hacía visos de escuchar.

Luego, tras meter la cuchara en boca un par de veces, se animó a proseguir.

-Este sujeto, Guadaldemina, tiene cuentas pendientes con otros gentilhombres de la corte, cosa familiar heredada de su padre.

Ya sabéis, enemistades ancestrales.

-Voy captando.

-Se trata de un trabajo que consta de varias partes.

Ignoro los detalles, pero se que se necesitan por igual a hombres de espada y gentes del ingenio, buscavidas y así.

-¿Y como es eso?

-No me dijeron más.

Eso si, que estará bien pagado si que me lo dijeron.

Y que si el trabajo sale bien, os podréis ganar protección por parte de ese prohombre y sus socios en caso de necesidad.

Una perita en dulce.

El tema se desvió a un asesinato con muertes acaecido durante los festejos, lo cúal dió tiempo al teniente de alguaciles para dar buena cuenta de su plato.

Levantóse el veterano, mirando a don Luis, antes de requerir el chapeo y ajustarse el cinto donde cargaba más hierro que Vizcaya.

-Yo que tu, iría a casa del tal Guadalmedina.

Creo que es un negocio que te puede interesar.

Marchó, sin prisas, saludando a los guardias de la puerta con familiaridad.

Luis Martínez daba vueltas a un pequeño billete donde estaba escrita la dirección del conde de Guadalmedina.

¿Qué hacer? La propuesta era razonable