Palacete del conde de Guadalmedina, 3 de abril de 1621

"El palacio de Guadalmedina se alzaba en la esquina de la calle del Barquillo con la de Alcalá, junto al convento de San Hermenegildo.

El gran portón estaba abierto, de modo que Diego de Lorca pasó al amplio zaguán.

Desde allí, una verja dejaba ver un jardín, frondoso y ciudado, con

árboles frutales y de ornamento, amorcillos de piedra y estatuas clásicas entre la hierba y los macizos de flores"

(Parcialmente basado en

"El caballero del jubón amarillo".

APR)

Poco después, un criado ataviado con la librea del conde apareció detras de la maciza puerta, un hombre viejo y protocolario.

No era la primera vez que se veían.

-Pase vuestra merced, el señor conde le aguarda.

Franquearon varias estancias de ricos cortijanes y enlosado ajedrezado de blanco y negro, más allá de tapices, cuadros y bustos, hacia la puerta que daba al jardín interior.

Allí, bajo la sombra de unos soportales y a la vista del pequeño estanque artificial,

Álvaro de la Marca estaba sentado en torno a una mesa cuyos platos vacíos mostraban los restos de una magra pitanza.

-Don Diego, acercaos- dijo el conde, alzando la fina copa de plata que sostenía- Sentaos, hacedme la merced.

Al sentarse, un criado retiró las viandas de la mesa y trajo otra copa, en la que escanció un Burdeos de buena crianza.

Tras dejar un plato con fruta sobre la mesa, marchó el criado y, en tomándo una pera y el cuchillo, habló el conde.

-El señor vizconde de la Encina era

íntimo del duque de Uceda, valido del difunto rey don Felipe III, que en paz descanse.

Fruto de esa amistad entre ambos nació una

época de colaboración por la cual el vizconde atrajo a ciertos prestamistas genoveses que bebían de su fructífera empresa de trata de esclavos negros, la cual deja en manos del asentista valón Juan de Voes, del cual no se pronunciar su nombre en flamenco, ni me interesa.

Se removió en la silla, dándole otro tiento al vino.

Diego de Lorca estaba con los guantes apilados junto a las manos que reposaban, enlazadas, en la mesa.

Asentía de vez en cuando, anotando mentalmente nombres e implicaciones.

-El caso es que después de la caida del de Uceda, y a pesar de que el rey es mozo, ahora parece que se perfila la figura de ese secretario o valido o lo que sea, Olivares, un tipo peligroso y listo como el hambre.

Sea como fuere

-en este punto se aclaró la garganta- tengo algunas deudas con don Gaspar de Guzmán, el mentado conde-duque, y se ha ofrecido a ayudarme a desprestijiar al vizconde a cambio de ciertos favores que no vienen al caso.

-¿Y donde entro yo?

En ese momento, el criado viejo de la puerta apareció en escena y habló aclarándose la garganta.

-Un tal don Luis Martínez, alguacil, solicita hablar con vuestra excelencia.

-Hacedle pasar- contenstó el aristócrata, comiéndose el trozo de pera que acababa de cortar.

Entró en la sala un hombre bien parecido pero fiero, con un chapeo marrón de ajada pluma en una mano junto a la vara de alguacil y cargando más hierro que espadero toledano.

Se reverenció graciosamente y acogió con agrado asiento y vino, más no fruta, por ir bien comido.

El actor y el alguacil cruzaron miradas.

Se conocían de vista, comiendo en el mesón.

-El negocio, caballeros, discurre de la siguiente manera- prosiguió el grande de España- Son necesarios dos grupos para llevar a cabo dos trabajos de muy distinta

índole.

Por una parte, don Diego, vos deberéis reclutar a un grupo reducido de damas inteligentes

"a sueldo" que no tengan reparos en disfrazarse de verdaderas damas para que las introduzca en cierto sarao cortesano este domingo, en El Pardo.

Una de ellas debería seducir a Alberto del Castillo, el joven hijo del vizconde que ha regresado recientemente de su estancia militar como entretenido del capitán general de Sicilia, y robarle de su escritorio cierto documento firmado por Francesco Marozzo, adalid de los intereses de su padre en Génova.

"Mientras tanto, otra dama debería espiar cierta conversación privada entre el vizconde de la Encina, el duque de Uceda y el embajador genoves y sus gentilhombres, en una pequeña lengua de tierra donde tienen una caseta privada junto a un lago artificial.

Asimismo, sería necesaria la intervención de un perito en el arte de procurarse lo ajeno para que, mientras la dama que pernocte con el joven don Alberto robe los documentos, perpetre en su casa robos de pequeña cuantía esa misma noche para que el asunto se relacione con un asalto con robo.

Para eso sería necesario que dejaran fuera de combate al jovenzuelo, sin matarlo, y huyeran juntos".

-Entiendo, buscaré a esas bachilleras, pero

¿En que puedo serviros yo personalmente?

-Me es indiferente si os unís al robo de la casa, ayudáis a la espía o colaboráis con el señor alguacil, aquí presente.

Don Luis llevaba rato callado, y no veía la hora de preguntar cúal era su parte en el negocio.

Se relajó.

-Vuestra merced, señor alguacil, deberá reclutar a un grupo de bravos y espadachines para llevar a cabo un asunto más ruidoso y contundente.

Dentro de tres días pasará, calculo, un correo por la posta de Alcorcón con una escolta de cinco o seis hombres armados, protegiendo un cargamento de palo de brasil que vale su peso en oro y, como no, pertenece al señor vizconde, que de bien seguro dará a sus socios comerciantes para venderlo en la plaza mayor.

Ya sabe vuestra merced como cotizan las especias y en especial

ésta.

Si matan o no a los escoltas y al correo, me es indiferente, pero es importante hacerse con cualquier carta o documento que portaran.

Es capital que el negocio se atribuya a bandoleros, por lo que será necesario que vayan con atuendos variopintos y monten escándalo, especialmente si el asalto se lleva a cabo en la posta.

Ignoro si algún agente o lacayo del vizconde supervisará la llegada del cargamento a la misma, pero sería conveniente tenerlo en cuenta.

-Entiendo, un negocio relativamente fácil y alejado de las calles de la Corte- repuso don Luis.

Guadalmedina miró a su criado, que asomaba de nuevo anunciando la llegada de un tal Diego Alatriste.

Lo contuvo con un gesto, mirando a sus contertulios.

-Los detalles de la misión se los facilitarán mis lacayos, Gustavo y Manuel, que se reunirán con vuesas mercedes en el bodegón que hay más abajo de esta calle.

Gustavo es un hombre de unos cuarenta, membrudo y de pelo canoso, que acompañará a don Luis, y Manuel frisa los veintipocos y viste con elegancia, buen talle y fino donaire, acompañará a la dama-espía que viaje a El Pardo y la ayudará con la guardia, si la hubiere.

También adelanto los salarios, mitad y mitad, 10 escudos de oro para cada empleado y treinta para vuestras mercedes, por si hubiere que resolver la cuestión de la logística y el equipamiento.

Las pagas habrán de solicitarlas a mi contable, que vive en la calle Francos, cerca de la taberna del Turco, y al que pasaré una lista con nombres y la soldada correspondiente, responde al nombre de don Mendo y habrán de mentarle el

"negocio del palo" para reclamar los dineros.

Levantóse el conde, sonriente, despidiéndoles con mucha política.

-Y ahora, si vuestras mercedes me disculpan, tengo otros asuntos que atender.

Mis mejores deseos para el buen suceso de esta empresa y, excuso decir, aqui no se ha hablado nada ni yo les he encomendado nada, así que espero que no canten coplas en el potro, si se diera el caso.

Quedaría muy agradecido de tal, y agilizaría los trámites carcelarios en la medida de lo posile.

Queden con Dios.

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(Si gustan los personajes mentados, pueden dedicar brevemente a conocerse entre si o preguntarse cosas, lo dejo a discreción suya, solo ruego que fuera breve para dar paso a los demás)